El poeta, autor de Refracción, Lo atenuado y Für Alina, entre otros libros, reflexiona acerca de la escritura y la poesía, y para hacerlo trae psicología, filosofía, docencia y anécdotas de la Buenos Aires de los ’80.
Por Emiliano Campos Medina. Fotos Julieta Bugacoff.
Por el ventanal neogótico de anchos marcos de madera entran los sonidos urbanos de San Telmo. La sirena de una ambulancia trepa los techos de chapa y el cemento de las paredes descoloridas. La bocina de un colectivo, los gritos de unos chicos que juegan. A metros del Parque Lezama y las mesitas del Británico recortadas contra el adoquinado de calle Defensa, por una escalera hipnótica que parece salida de un cuadro de Escher se llega a la pieza que habita el poeta Javier Galarza. El autor de Refracción, Lo atenuado y Für Alina, entre otros libros, se reclina en un banco dispuesto para la entrevista. Se detiene en las preguntas, habla pausado, reflexionando los conceptos mientras sostiene una taza de té entre las manos.
En tus dos últimos libros de poesía, Chanson Babel y Für Alina, hay una presencia notable de los márgenes, márgenes y bordes de la conciencia, en el primero; físicos y urbanos en el segundo.
Sí, incluso en Chanson Babel pueden ser los subrayados, los márgenes de la hoja. Qué queda al costado, casi por afuera. Creo que cito aquel consejo de Mandelstam de dejar lo que está en los bordes y tirar lo central. Entonces enChanson Babel trabajo con ese concepto. Y en algún punto, como su escritura fue casi simultánea a La noche sagrada, el libro de ensayos, hay algún tipo de vecindad entre ambos libros. No del todo visible a la primer mirada, pero yo los relaciono.
¿Los ibas escribiendo simultáneamente?
Sí, iba compilando los ensayos, que me los pedía la editorial Audisea, y trabajaba en Chanson Babel que ya tenía un tono definido distinto a otros libros y un tono por el que me jugué, como quien dice. Me hablabas también de los bordes urbanos. Eso está presente en Für Alina. Es una estética de marginalidad pero que tiene que ver también con el fracaso de esta cultura, donde suelo decir que ya hay un culto a los lugares abandonados. En redes como Instagram sigo iglesias abandonadas nórdicas; es un fenómeno mundial, esto de presenciar la destrucción del capitalismo. En un ensayo mío reciente que se publicó en el Atlas de poesía argentina, sostengo que la realidad ahora construye metáforas más fuertes que las de los escritores. El desastre de Epecuén que deja un marco emergiendo de la inundación que dice “Matadero”, es una metáfora instantánea, un ready made a lo Duchamp. Cerca de donde vive Javier Cófreces, el editor de Für Alina, y donde vivía yo, está lo que quedó de Iron Mountain. También lo veo como un lugar en el que la gente levantó un santuario y quedan esos marcos después de la catástrofe, como cuando destruyeron las Twin Towers; quedó una forma que Paul Virilio definió como un ready made y la gente se enojó mucho, te imaginas. Pero hay algo de eso y algo de esa estética de borde no hecha para la idea de lo que en el capitalismo significa ganar.
Alguna vez escuché aquella frase que dice: “hay que juzgar las civilizaciones por la calidad de las ruinas que dejan atrás“. En este caso son ruinas que transparentan la deshumanización de nuestras sociedades capitalistas, de consumo quizá.
Yo no sé si por ejemplo una iglesia tiene ese componente de deshumanización. Pero es evidente que si en un momento la huida de los dioses era una teoría de Hölderlin, de Nietzsche, en estos templos ya no está ni la gente, ni dios, ni el templo mismo. Eso es un privilegio de ésta sociedad, poder observar sus propias ruinas. Fotografiarlas. ¿Son testimonios del pasado o del futuro? No sabemos.
Y ruinas que se van produciendo en tiempo presente, en éste instante y que se transforman también en un producto.
Sí, en un producto y en el mejor de los casos en una metáfora.
Alguna vez te oí decir que te interesan más los caminos que las obras en sí. Hay un camino que es el que va hacia las primeras obras publicadas, ese momento en el que decidiste dedicarte a la poesía exclusivamente ¿Cómo se dio en tu caso ese proceso hacia la primera obra?
En principio yo pensaba que la narrativa tenía una preponderancia, como suele pensar la mayoría de la gente. Creo que tuve mi etapa de periodismo en la revista Vestite y andate, y tenía una necesidad inmensa de unir psicoanálisis, filosofía, poesía y por qué no cuento o narrativa. Porque nunca fui un gran lector de novelas. Salvo que hablemos de Kafka y se pueda llamar a sus experimentos novelas, ¿no? Entonces solía llevarme siempre a la mesa muchos libros, pero no es detalle menor que entre esa cantidad de libros, los de poesía ocupaban mucho lugar. Y me parece que de alguna manera hubo dos momentos cruciales. Uno fue cuando en una computadora que hoy sería muy vieja, creo que era blanco y negro, empiezo a pasar los poemas que van a ser parte de El silencio continente y ya el ordenador me ordenó. Cumplió la función de darme una distancia que yo necesitaba, porque un poema en un cuaderno es muy diferente a verlo ya pre impreso. Eso en lo práctico, en lo anecdótico. En lo humano fui a un seminario en la Facultad de Psicología sobre “el salto” en Sören Kierkegaard, organizado por la Fundación Centro Psicoanalítico, donde me interiorizo en Heidegger, que habla de Hölderlin como el poeta guía, quién había escrito “lo que permanece lo instauran los poetas”; y si me cabía alguna duda, empiezo a ver allí un campo propicio para actuar. Hasta te diría un campo desaprovechado por lo que había, pero donde de alguna manera se formó todo mi background intelectual porque escuchaba hablar de Kierkegaard y lo investigaba como fuera. Había menos Internet que ahora, escuchaba hablar de Paul Celan, lo mismo. Entonces creo que cuando me di cuenta ya había leído a todos los malditos y benditos casi, la poesía fue tomando un lugar prioritario. Recuerdo la frase de Baudelaire: “ser siempre poeta, aún en prosa”. Lo tomé como una divisa.
“No quiero caer tampoco en romantizar la bohemia. Porque no me interesa en absoluto la autodestrucción.”
En Cuerpos textualizados, el intercambio epistolar con Natalia Litvinova, haces una defensa fuerte de la apuesta por la poesía, de dedicarle todo el tiempo posible aunque la consecuencia sea tener que afrontar dificultades materiales. Una apuesta a pesar de todo y contra todo.
Claro, porque está la idea de “salto” de Kierkegaard, que tiene también una traducción en actos individuales, no solo en el concepto filosófico. Entonces creo que mi manera de dar ese salto fue abandonar el entorno familiar con sus cobijos buenos o malos, para irme a vivir a una pieza que me alquilaba una amiga, teniendo solamente un seminario sobre Rilke por delante, a que sea lo que sea ¿no?… Ese fue quizá mi ejemplo de salto, mi desprendimiento de lo habitual para instaurar algo nuevo. De todas maneras, no quiero caer tampoco en romantizar la bohemia. Porque no me interesa en absoluto la autodestrucción. Te diría que mi anarquismo va virando a la izquierda cuando leo lo que dicen algunos anarquistas actuales. Realmente me sorprende cuando el discurso de un anarquista se parece a Clarín, a la derecha. Sin ir más lejos un amigo de ideología anarquista el otro día decía que la policía no le pegó a los docentes sino a los sindicalistas… Como si eso fuera justificable o cambiara algo, bue… Por otro lado cada vez que estudio algo veo que todo me va llevando a Marx, el síntoma social. Y después creo también que en la política hay que tener una dosis de una palabra que detesté toda mi vida, que es pragmatismo. Pero yo le doy la acepción acmeísta, o sea de herramienta. Entonces, yo puedo odiar el voto, pero el voto es una herramienta.
Sí, sobre todo frente a las corporaciones que también quisieran que no se vote y que también desean la desaparición del Estado.
Bueno, creo que hay que ser muy inteligente… Leí que Alain Badiou, otro filósofo anarquista a quién admiro, se negó a firmar la solicitada por la libertad de Milagro Sala, y me parece que eso significa que una ideología te deje preso. Tenemos que ser muy prácticos, pero no lo hablo en el sentido capitalista sino heraclíteo, no quedar presos capturados y que eso anule el pensamiento. Porque entiendo que esa detención, te guste o no la persona, es ilegal. Partamos de eso. Tampoco creo en esto de andar chocando contra la policía, porque ellos van a ganar. Entonces no quiero victimizarme frente a estos tipos que son frustrados, empleados, esclavos. Creo que hay que hacer políticas muy inteligentes, siempre con el sistema de entrar y salir, algo así. Y lógicamente dedicarse al arte tiene momentos de enorme zozobra, de enorme escasez, pero no es que hago una apología de esa situación.
Bueno, los artistas de las vanguardias de principios del siglo XX desarrollaban formas más o menos estructuradas de organización, agrupamiento, para hacer frente a las condiciones hostiles de la sociedad de su época. Hoy en día eso parece difícil de realizar porque el mundo del arte está muy fragmentado, muy basado en egos. ¿Verdad?
Sí, es cierto. Yo apuesto mucho por los grupos, creo en todos los grupos que se puedan mantener, hay que buscar la manera de hacerlo. Crear manadas. Hoy en día parece que cada uno quiere imponer lo suyo, y no hay referentes o si los hay son casi ignorados. Esta multiplicidad de voces tiene un lado positivo, no sé si es lo que pensaba el Conde de Lautréamont cuando dijo que la poesía debía ser hecha por todos… Lo que yo noto realmente es que a muchos chicos que escriben, y no tan chicos, les falta solidez. Y extraño, en eso no tengo ningún pudor en decirlo, la solidez de los intelectuales de los ’60 y de los ’70. Donde todos tenían un discurso sólido, político, inteligente, fundamentado. Además en este camino, donde la experimentación no termina nunca, con más razón. Yo tengo a veces, como todo el mundo, enfrentamientos, pero estoy dispuesto, te doy mi palabra, a deponer todo ego si es posible la unidad entre gente que se dedica a la escritura.
Kandinsky en “De lo espiritual en el arte” usa la figura del “catalizador” que en un clima cultural en un momento determinado, hace síntesis, marca caminos y genera alguna forma de aglomeración de espíritus afines.
Bueno, está perfecto. En La noche sagrada yo lo llamo “nudos de época”. Rilke, Rodin, Freud por ahí. Por el otro lado Hilda Doolittle, en el otro continente, Ezra Pound, bueno. Ojalá se pudiera crear un nuevo nudo de época. Lo que en verdad ha triunfado, lamentablemente, es la estupenda profecía de Warhol, los 15 minutos de fama que cada uno tiene. Ante eso, no quiero guardar una posición moralista, ante eso me gustaría pedir que todos nos especialicemos más. Porque a veces te encontrás con que tenés poca gente con la que dialogar de algunos temas, y cuando leemos a los intelectuales de los ’60 o los ’70 no ocurría eso.
Había un diálogo potente que además potenciaba la obra de cada uno.
Bueno, esa es la idea de la felicidad, para mí, te diría, encontrar verdaderos monstruos de trabajo, de creación, de experimentación. Siempre dispuestos a crecer, siempre. Todo el tiempo.
“Veo una ética en dejar una obra. También veo un germen de anarquía, como dice Derrida, en la escritura; no escribir como un recordatorio, sino como una forma de devenir por excelencia.”
Eso un poco nos lleva al terreno de la docencia. ¿Cuándo empezaste a dar talleres y qué te propones desencadenar en quiénes participan de ellos?
Yo creo que fue el año 99/2000, empecé en la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino. Y parto de una base, también en mis talleres fuera de la Fundación que no deja de ser un ámbito particular. Nunca nivelo. Hay quienes hacen entrevistas previas, mi idea es: vos escribís; bien, mal, regular… Bueno, trabajemos hasta que eso se transforme en libro. Porque si llega al libro, el camino recorrido deja un testimonio. Y es una manera de ampliar las fuerzas puras del mundo; dejar un libro, en mi opinión y teniendo que disculparme por el exceso de idealismo, es una apuesta ética. Y también una instauración del sujeto importantísima. También creo, por la parte psicoanalítica incluso, que hay mucho de sanación en la palabra. Entonces, está el cuidado lógico al modificar esas gramáticas, con mucho cuidado y trabajo de escucha, porque esto también es escucha. Como dice Ezra Pound, en general hay muchas formas de decir una cosa y la primera que usamos es errada. Entonces ampliar, (ya más Wittgenstein) los límites de mi lenguaje es hacer mundo, tomando esa metáfora que creo que utiliza Rilke. Veo una ética en dejar una obra, un legado. También veo un germen de anarquía, como dice Derrida, en la escritura, un devenir de la persona que escribe; no escribir como un recordatorio, un farmakon, sino como una forma de devenir por excelencia. Una instauración. Cada libro nos va cambiando, hasta cada poema nos cambia.
Vos hablabas de farmakon y es interesante porque además estamos en un momento donde la palabra circula en forma de flujo de opiniones que van y vienen. Twitter, Facebook, las redes sociales en general tienden más al aturdimiento del sentido que a perforar la realidad, o abrir una brecha, como sería el caso de la palabra poética o el libro.
Es cierto, es cierto. Bueno, ya tenemos muchos investigadores que nos dicen que el daño está en la sobreinformación. En otra época sería la falta de información. Pero también faltan educadores, formadores que te muestren “mirá lo que pueden hacer las palabras”. Por eso digo, alterar la gramática que somos, que es un cuerpo. Y evidentemente la poesía abre brechas en esas realidades acordadas. Ahí hay un germen, lo podemos tomar de muchas maneras, de anarquía como decía Derrida. Porque la escritura desapropia al autor apropiándolo, o sea le da otra entidad y a la vez él no sabe dónde va a terminar su escrito. Entonces lo constituye pero se va, hay que dejarlo caminar al lenguaje solo y desprovisto, como dice esta paradoja. Hay un lado político, hay un lado de sanación. Yo lo puse en la palabra, entonces toma otra polaridad, en una especie hablante como la que somos, esa otra polaridad sería privilegiada. Y las redes pueden ser un excelente medio. El tema es saber usarlas, no usarlas solamente para subir perros, gatitos, mascotas, sino recomendar libros. Es una de las grandes revoluciones que hemos tenido. Quizás la revolución llegó de la manera que no la esperábamos que es técnica, científica, son las redes. Pero ahí también podemos abrir brechas. Eso no cancela, al contrario, hasta puede ayudar porque conseguimos libros agotados y cosas así, y cancela las distancias físicas con otros lugares del mundo.
Por otra parte, volviendo al tema de la enseñanza ¿Notás que el ejercicio de la docencia influye en tu escritura?
Interesante pregunta, yo creo que sí porque te ayuda en muchos sentidos, por un lado te encontrás con gente maravillosa, y también te das cuenta no solo en alumnos sino también en otros colegas, lo que no usarías. Por ahí es por donde vas guiando. De acuerdo a unas pocas premisas: que el poema sea dentro de todo lo más claro posible, con claro no digo coloquial. Alta marea de Enrique Molina es un arsenal de metáforas y es complejo, pero también es claro. Es pura excitación ese poema, adrenalina. “Amantes vagabundos” lo mismo, la poesía de César Moro también. La alteración de la gramática en Vallejo quizás es un poco más compleja en Trilce pero en los demás poemas no es algo que se aleje de lo popular. El barroco de Jorge Leónidas Escudero está a la altura del ciudadano humilde y eso es maravilloso, porque el origen de la poesía se supone que es oral, con los juglares y trovadores y vos lees esos romanceros y siguen siendo igual de buenos y de efectivos y si eso iba de boca en boca y era anónimo, quizás haya que volver a eso, ¿no?
Era fácil de transportar de una mente a otra, de retener en la memoria.
De retener, de recitar. A mí me interesa mucho eso. O sea, si el autor va a morir, cosa que es probable, que sea así. Algún músico decía que le emocionaba cuando una hinchada tomaba una melodía de él y la cantaba. Y me quede pensando, vuelvo un poco sobre la pregunta de los alumnos, a mí me permite ver lo que no y lo que sí. Me permite ver: esto es confuso, esto es acertado, esta es una metáfora acertadísima, acá hay una repetición que modificando tres o cuatro cosas, el poema se arregla. “Funciona” es una buena palabra porque el poema es como un aparato, en un sentido deleuziano, o un dispositivo. Foucault hablaba siempre de la caja de herramientas, esa sería una de las funciones del taller, aportar herramientas para la caja de cada escritor.
¿Cómo abordas la escritura de tus libros? ¿A partir de notas, tomás una idea inicial y después investigas, te documentas?
Ha sido muy diferente en cada libro, de todas maneras yo espero que algún tono propio permanezca. Hay algo sin ninguna duda que se empieza a imponer. Me acuerdo cuando escribí el apartado “Tu idioma” que está incluido en Lo atenuado, donde todas las ideas me fueron llevando a ese sub libro, que en un primer momento iba a ser un libro en sí mismo. Me ocurrió hace poco que escribí un libro entero en el teléfono, necesitaba esa independencia del hecho de tener que sentarme a escribir y poder escribir en donde fuese, en la calle, en el colectivo, en el sillón. Y otra vez la idea de orden cuando ves el poema desplegado en una letra que te gusta, etc. Cuando un tema te convoca, te diría que es como cuando en el psicoanálisis tratás un enamoramiento. Todo te lleva al mismo tema, casi azarosamente, pero de una nota que uno toma, después desarrolla, relaciona, une con un verso que quedó más abajo, con otra nota que tomó y ahí emerge un sentido con una claridad donde uno no deja de sorprenderse de que esto funcione.
“Lo que en verdad ha triunfado, lamentablemente, es la estupenda profecía de Warhol, los 15 minutos de fama que cada uno tiene. Ante eso, no quiero guardar una posición moralista: me gustaría pedir que todos nos especialicemos más.”
Me hace pensar en Allen Ginsberg cuando decía que lo primero que le llegaba del poema era el tono, la música. Ese tono le daba vueltas, le golpeaba la cabeza durante días. Y después a partir de ahí todo se iba ordenando en función de ese ritmo.
Bueno, me parece una anécdota perfecta porque siempre cuento esto de que cuando estrena Aullido, Jack Kerouac se paseaba chasqueando los dedos y gritando “yeah, go” (risas), como arrebatado por la música. Anécdota que me fascina. Entonces es cierto, a veces puede ser un tono, un color, algo que uno va vislumbrando pero que todavía no bajó. Siempre recuerdo el caso de Mandelstam contado por Nadiezhda, su mujer, que él primero escuchaba la música del poema y estaba muy nervioso hasta que no bajaban las palabras. Y entonces sí, son pequeños artefactos conceptuales que van cobrando vida propia y que uno tiene que tener cierto rigor. Y creer realmente que lo que deja puede tener alguna función, que después de alguna manera alguien te lo retribuye, te escribe, desde lejos te dice que consiguió tu libro, desde los lugares menos pensados, las personas que menos pensás. No hay un lector al que uno se dirige sino que eso se va creando, la escritura encuentra alguien.
En ese sentido, ¿qué fue lo más fuera de lo común que te pasó en cuanto a conectar con algún lector o con algún sentido imprevisto de tu obra?
Uy, tengo muchas anécdotas. Una nota poética derivó en un poema sobre física cuántica, una ex alumna me llamó y me preguntó si Lara era ella (la protagonista del poema). Es probable que estuviera atravesando un problema, era una señora, y entonces me situó ante la paradoja de un poema que habla de física cuántica y decirle que no, no cabía en el universo de probabilidades (risas). Eso te diría fue una de las cosas más increíbles. Después hay anécdotas hermosas como gente que te leyó en Madrid o que consiguió tu libro en una provincia que antes no estaba conectada, Santiago del Estero, Salta, etc.
Recién hablamos de la docencia, de la formación de nuevos poetas. ¿En tu caso qué poetas o autores considerás que cumplieron una función de referentes, de formadores?
Pienso que Artaud, con la dificultad que plantea, sin duda fue uno de los referentes. Y después te va llevando a otros lados. Hasta recuerdo los puestos de Plaza Italia y los colores de los libros y las editoriales. Te lleva a Julia Kristeva, te lleva a Deleuze, a Blanchot, Bataille. Mucha gente hace al revés, entra por ellos y llega a Artaud. Y seguramente él me llevó a una de las cosas más impensables que es la misma Alejandra Pizarnik, quien es otra excelente guía de lecturas. Siempre digo que Borges y Alejandra se dividieron los campos de lectura. Borges con los románticos ingleses, Alejandra con los románticos alemanes. Si Borges leía a Verlaine, Alejandra leía a Gerard de Nerval. Fijate que extraño que es esto. Cada uno tiene sus gustos, va a decir el racional, si es cierto pero, como puede ser que con dos escritores tan inmensos como Borges y Alejandra te vas armando todo un mapa donde quizá la mayor coincidencia entre ambos es Kafka. Pero, así como Alejandra apunta a los malditos, incluso a Heidegger, a quién Borges no le da mucha bolilla y tampoco a Nietzsche, te vas armando un mapa perfecto. Ahí estaría el concepto de herramienta en el que tanto insistí, primero tenés que evitar la fascinación de quedarte en Alejandra, quedarte en Borges porque los dos son perfectos, inhibidores, un peligro grande en el que muchos quedaron atrapados. Entonces Basho decía “no sigas las huellas de los antiguos, busca lo que ellos buscaron”. Hay que ir a las fuentes de Borges, entonces te das cuenta que Historia universal de la infamia es Vidas imaginarias de Marcel Schwob. Que en los oxímoron de Alejandra está Gerard de Nerval y el sol negro de la melancolía. Entonces ir desplegando esos abanicos y después por si fuera poco, entra lo que Meschonnic llama “Holderlin como efecto”, lo que me llama la atención de esto es cuando Heidegger lo elige como poeta guía. Yo por un lado quedé completamente estupefacto, ya había leído sus poemas de la locura y quería leer el Hiperión. Pero adhiero a eso del poeta guía con fascinación, no porque lo dice Heidegger, sino estaría siendo esquemático y como verás, espero que se desprenda de lo que voy diciendo, es algo de lo que trato de correrme. O sea, no me importa que lo que dice Heidegger tenga rigor de verdad, no busco en los maestros verdad, busco incitación, provocación a pensar. Hay muchos que me han dicho cuidado con Heidegger que tiene sus zonas oscuras y obvio que tiene zonas oscuras… Se perdió toda la parte política de Hölderlin por ejemplo, se perdió que era un jacobino pesado. Pero igual ese diálogo está bien. No es que yo ando con una remera que dice “esto es verdad”. Considerar a la verdad como algo perdido, y a la verdad como un proceso de creación es liberatorio te diría. Esto sería tal vez en esta mixtura: la imposibilidad del retorno al pasado hace que en el intento de volver, al narrarlo, yo lo creo. Lo actualizo. Lo cambio. Ese es el poder del psicoanálisis, la reescritura. Y ese es el poder de la escritura, la evocación. Me acuerdo que Bianchi decía “No se si Chilavert es el mejor arquero del mundo, pero no se me ocurre otro”. Y algo así me pasó con Hölderlin, que, insisto, no es por el prestigio que le dio Heidegger, hay una pureza en Hölderlin o en Nerval… A esta altura me parecen indiscutibles.
Son momentos en la poesía de cierta cesura.
Claro, porque a Hölderlin muchos lo ven como neoclásico, escribe durante el romanticismo y a la vez es vanguardia. Hegel y Schiller se reían de las traducciones que hizo de Sófocles pero a la larga se demostró que estaban bien. Como las arbitrariedades de traducción de Ezra Pound, no hay quién pueda decir que estaban mal. Yo creo que un poco ellos, Mandelstam, Celán, serían los faros. Y después poetas como Edgar Bayley que crean proceso de escritura más allá de la obra, ahí volveríamos a lo de caminos más allá de la obra. Para mí Bayley es un poeta que creó caminos, más que obra. Pero ese camino es inagotable, “es infinita esta riqueza abandonada”.
En la actualidad estas inscribiendo para un taller de Historia de la poesía y continuas el presencial con Natalia Litvinova desde hace bastante tiempo. ¿Hay algún otro taller en marcha?
Sí, en realidad el taller de poesía no deja de ser un permanente donde voy actualizando información. Yo te hablaba sobre la imposibilidad de retornar, entonces al no retornar, vuelvo a reescribir mi propia versión de la historia de la poesía. Con Natalia evidentemente tenemos este espacio como un pequeño lujo. Lo vivimos así, con alegría y viste que también tenemos esta ética de no elegir a quién pueda participar. Nos gusta mantenerlo, nos preocupamos por todos. Y tengo virtuales en marcha donde también voy actualizando la información momento a momento, eso es otra cosa que me permite la enseñanza, la revisión de uno mismo. Y a veces vos decís, estuve errado en criticar a tal o cual poeta porque estoy cayendo en la lógica del que descalifica a otros. Me acuerdo de las chicas Busquet, me traían poemas de Mariano Blatt y yo los desestimaba. Y un día les dije: miren, les pido perdón, soy viejo, soy de otra generación. El impulso de Mariano yo lo respeto enormemente, aparte le tengo más aprecio que otra cosa. Sería una estupidez desalentar la lectura de algunos, aunque a veces tenés que chocar contra la idealización. Vos hablabas de la búsqueda de la unión, a veces se hace difícil porque (ojo, no es el caso de Mariano) hay poetas de derecha y a veces te cuesta ser amplio. Pero si siguiéramos estrictamente eso, Heidegger y Pound estarían prohibidos, y entonces seríamos más tontos que otra cosa. Entonces a veces trato de decir, este poeta ha dicho tal cosa que no me gusta pero les presento éste poema. Espero lograrlo, y como te digo estoy dispuesto a deponer diferencias si nos unimos todos contra el verdadero enemigo, que es el poder.
“El movimiento de las mujeres que para mí es la revolución más sostenible y válida. Yo siempre digo: los hombres fracasamos, lo intentamos, hicimos lo que pudimos. Ahora hay que acompañar a las chicas.”
En este momento además, donde la línea divisoria está tan clara y los que detentan el poder no paran de agredir la cultura, a los creadores, a la educación pública.
De una manera asombrosa, pero además te enterás que tal poeta bloqueó a tal, en esta lógica de las redes sociales. Y realmente leés cada cosas que decís, esto no puede ser verdad. ¿Esto lo dice para provocar o lo está diciendo porque lo piensa? Si hablamos del hoy, y lamentablemente es un hoy largo, es un hoy donde está saliendo todo a la luz, pero de una manera que yo no preveía. El movimiento de las mujeres que para mí es la revolución más sostenible y válida. Yo siempre digo: los hombres fracasamos, lo intentamos, hicimos lo que pudimos. Ahora hay que acompañar a las chicas. Pero en medio de eso leés opiniones de cavernícolas. Aparecen posturas que no podés creer…
También leí en una entrevista que sentías una urgencia por el presente en un sentido existencial, la interpelación del aquí y ahora en relación a la obra. ¿Estás preparando obras nuevas?
Sí, en agosto salen los cuentos góticos por La docta ignorancia. Es narrativa, aunque aspira también a mostrar cuán débiles son los límites entre narrativa y poesía, aunque es narrativa. Insisto para los que le tienen miedo a la poesía. Hay introducción, nudo y desenlace, una historia. También tengo otro libro que compila poemas nuevos y las viñetas, que es un género que amo escribir. No es a lo Arlt, son viñetas más budistas y con alguna enseñanza literaria. Ese libro lo podría publicar en 15 días si fuera el caso. Lo voy ampliando. Y estoy trabajando en un tercero que es el que escribí en el teléfono. Que es el único que por el momento voy a mantener en secreto porque por ahí lo mando a concursar por allí. Nick Cave decía, cuando lo habían nominado a los Grammy: “mi musa no es un caballo y yo no corro carreras”. Me parece una maravilla, es una definición genial y desde lo pragmático hay que vivir. O sea, yo quiero publicar el libro pero hay que tener un techo, aunque más no sea para ofrecerle café a los alumnos.
Hablando del techo, estás viviendo en un lugar que fue neurálgico de la cultura de los ’80 de alguna manera.
Sí, y eso me parece otra de las señales de la vida. Yo no creo en casualidades. El otro día abro la puerta y me lo encuentro al diagramador de Vestite y andate y su mujer, Cecilia Szalkowicz, el talentosísimo Gastón Pérsico. Hacía años que no nos veíamos. Y yo le contaba que quizás no me hice cargo lo suficiente de cuanto había tomado yo del ochentismo tardío: Tom Lupo, Enrique Symns, Vera Land, La Bersuit. Pero en su segunda etapa te diría, no cuando fue el retorno de la democracia. Y creo que esta vuelta me llevó a ver que ahí había un caudal enorme para descubrir y redescubrir, trabajar y retrabajar. Hablemos del mismo Perlongher, de Sbarra. Estamos en la pieza que José Sbarra habitó y yo me acuerdo que leí hace décadas un reportaje a él, me gustó pero no fui detrás de sus libros, que circulaban en aquella época. Pero ahí tenemos un ejemplo de cómo el tiempo es el que se encarga. Pasó el tiempo y evidentemente su camino se impuso porque hay muchos editores jóvenes que lo quieren publicar, que lo están buscando, ahora, a sus herederos. Ahí te demuestra, eso que ocurre con la trama simbólica del lenguaje, no sabés qué puede ocurrir y que todo se va resignificando con el tiempo, aún lo que no apreciaste en su momento.
Acá nomás se hacía Cerdos y peces, se armaba la Vestite y andate.
Exacto, en “El mirador”. Y era como decía Vera Land, un club de amigos pero a la vez de todo ese brindar y charlar salían cosas. Yo me acuerdo que de pronto, estaba tomando algo con ellos y sacaba mi grabador y los empezaba a reportear uno por uno y después con eso iba escribiendo cosas. Y todos tenían algo de experimental. Enrique Symns era completamente experimental en su periodismo, hasta tomaba cosas del teatro. Una vez decía que cada uno tomara un personaje, y yo elegí chamán me acuerdo. Y en esa época, que no es la Buenos Aires de ahora lamentablemente, en el Rojas conocí a César Aira, hablando sobre Pizarnik y después me fui a tomar algo con él. Fue también encontrarme con la potencia de un intelectual borgeano capaz de hilarte a Henry James con una anécdota graciosa de Alejandra, eso me marcó, por eso a Enrique y él varias veces los he puesto como personajes antitéticos pero que me produjeron una marca evidentemente. Las puesta en cuestión de todo, de Enrique y la erudición de Aira en función de relacionar, de derivarse con una anécdota. Te contaba que cuando Alejandra dejó escrito “oh! Isidoro” en el pizarrón, él como al pasar te tiraba “supongo que no sería por Isidoro Borges, ustedes saben que era Jorge Francisco Isidoro Borges…” Bueno, nadie sabía ese dato… pero ahí te ibas enterando. Y atando cabos con los policiales, y con ironías. Y quedó un libro maravilloso de eso, que para mí es el libro menos machista que se hizo de Alejandra, porque para ver a alguien realmente tenés que perder el respeto y la distancia que hay con el mito, y creo que Aira es uno de los pocos que lo logró.
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