Vértices

Eric Schierloh: “No hay escritorx más autónomx que quien escribe, imprime, encuaderna y distribuye”

Escritor, traductor y editor de Barba de Abejas, una editorial artesanal y taller tipográfico, Eric Schierloh (La Plata, 1981) habló de la figura del escritor en el siglo XXI, la edición autogestiva y la “escritura aumentada”, de la diferencia entre texto y libro, y por qué lxs escritorxs deberíamos involucrarnos más en un proceso artesanal de publicación. Foto: Gustavo Ibarra


Por Ayelen Rives.

A fines de abril, en medio de la cuarentena obligatoria a causa del coronavirus, se dio un debate virtual respecto de la “liberación” de libros en PDF en las redes sociales. Éste creció vertiginosamente y casi todo participante de la cultura literaria en Argentina se vio atravesado y casi obligado a brindar su opinión públicamente. En Ruda contamos con la columna de Nicolás Igolnikov, quien también colaboró en la gestación de esta entrevista.

Entre esa vorágine de voces que surgieron en el debate –algunas con más argumentos que otras– surgieron dos que nos llamaron la atención y que quisimos entrevistar para ir más a fondo. La primera de ellas y a quien entrevistamos hoy es Eric Schierloh, escritor, traductor y editor de la bella editorial artesanal Barba de Abejas, llamativa en ferias desde hace varios años por su catálogo de libros impresos y manufacturados en su taller con un cuidado y un detalle que valorizan al objeto más allá de su contenido, el cual también está seleccionado y curado bajo una línea editorial.

Nos internamos en una conversación virtual con este creador y difusor cultural en busca de conocer un poco más sobre sus propuestas para el mundo editorial.

Para empezar: ¿Qué es un escritor? ¿Te sentís convocado por esta denominación?

Para mí unx escritorx es unx autorx insistente y reincidente en la práctica de escribir textos (ya sean “propios”, traducidos, intervenidos, etc.) y de hacerlos más o menos públicos en la dinámica de la cultura (que incluye, en parte, el mercado). Como además de escribir ya llevo diez años haciendo libros, esto es: manufacturándolos uno por uno, y publicándolos, me reconozco sólo en parte como escritor. Diría también que por todo esto, entre otras cosas, es que me siento cada vez menos convocado por la idea más bien tradicional de escritorx, y en especial de unx escritorx (de ficción, de poesía) en tanto trabajadorx de la palabra.

¿Por qué no te convoca la idea de “trabajadorx de la palabra”?

Porque leo ahí dos cosas: la escritura pensada como trabajo en relación de cierta dependencia, y también una escisión respecto de la producción de libros (de hecho se dice “trabajadorx de la palabra”, o sea: del texto). No veo por qué la ficción y la poesía debieran tender al tipo de gremialidad y relación vinculante (sobre todo con empresas) que tienen lxs guionistas y periodistas, por ejemplo. Escribir una novela o un libro de poemas es una iniciativa personal y publicarla una “apuesta” conjunta con la editorial, y el conflicto (la serie de conflictos) que de este tipo de relación resulta implica buena parte de la libertad tanto de la escritura como de la edición. Pretender que el contrato que firmamos y los plazos de pago de las regalías derivadas sean mejores es lógico. También me parece casi lo único que se puede esperar lograr, sobre todo en los términos de la industria de la cultura.

“Hoy unx escribe y eso se integra, más tarde o más temprano, a la cultura digital sin pedir permiso, y está bien que así sea (porque está volviendo, de alguna manera, no “yendo”): y esa es, ni más ni menos, que una dinámica que se ganó la propia cultura en su devenir electrónico”.


Tenés tu propia editorial artesanal, además viajás dentro y fuera del país para ir a ferias y dictar talleres de edición, producís material teórico, colaborás en revistas; en definitiva: sos un militante de la edición como forma de estar en el mundo literario. ¿Cómo surge este oficio/vocación?

Gracias por todas las apreciaciones, de verdad que las valoro mucho. La edición artesanal aparece como respuesta a dos cuestiones fundamentales: por un lado, la oportunidad de publicar parte de mi producción sin depender de la supervisión/aprobación, ni de los tiempos tampoco, de la edición independiente (la única que me interesa además de la artesanal); a esto mismo, diez años después, Carlos Ríos le dio el preciso nombre de “repentismo” editorial (se trata, básicamente, de la cercanía entre la escritura del texto y la producción y publicación del libro), que es lo que él hace con su maravillosa Oficina Perambulante y, en cierta forma, lo que yo sentía entonces; por el otro, explorar más de cerca y desde adentro las posibilidades y dimensiones tanto económica como de manufactura de los libros, más allá de los textos. Hoy llamo a todo esto “escritura aumentada”, y eso es lo que quiero hacer y seguir haciendo. Y compartiendo, claro, para colaborar en agrandar y diversificar la comunidad y hacer posible, quizás, que aparezcan otras: por eso los talleres y los textos sobre este oficio.

Al inicio del debate sobre la liberación de PDFs, la Sociedad de Escritores Argentinos tomó postura rápidamente. En su post más difundido dice: “No difundas PDFs o fotocopias de autorxs con derechos vigentes”. Como escritor y editor ¿cómo te impacta la “liberación de libros”? ¿Crees que realmente afecta al escritor o a la venta de libros?

Yo me pregunto: ¿no se da cuenta esta gente que eso suena tan estúpido como aquella advertencia según la cual no podíamos prestar nuestros casetes (advertencia que, de paso, y sería bien interesante investigar por qué, nunca apareció en los libros)? El comunicado es de la CAL, por cierto, y fue suscrito, efectivamente, tanto por la Unión de Escritoras y Escritores como por Cadra (ver y ver), entre otrxs. Lo primero que pienso es: qué feo quedar así alineadx. Pero más allá de eso, habría que insistir en que los textos no son libros (aquellxs escritorxs que confunden esto son o bien escritorxs-sorpresa del tipo “Si me leen el texto no me van a comprar el libro”, o “Si no me leen ahora no habrá un después”; o bien unxs arrogantes que, efectivamente, creen que su texto constituye un libro, algo por otra parte bastante habitual), que los libros casi nunca pertenecen a lxs escritorxs tradicionales sino a las editoriales tradicionales, que entre compartir un libro y un texto digital lo que cambia es la “cosa” compartida, no la idea/acción de compartir (no se trata de “tomates”, Javier), que la circulación “libre” de la copia digital de un texto no afecta la venta del libro físico (no al menos del libro de ese texto; al final de este excelente artículo, publicado en esta misma revista hace muy poco, hay bibliografía al respecto) y, por si hiciera falta, que al menos desde 1948 participar de la cultura es un derecho humano (y acceder para leer es, justamente, una forma de participar, y una central además para garantizar la continuidad de las prácticas de escritura; acceder e ignorar son, por otra parte, casi todo lo que se puede hacer respecto de una copia digital, nunca poseerla privativamente, digamos, pues desde el momento en que es una copia digital se presupone con toda razón una existencia de disponibilidad infinita. Es cierto que la copia digital de un texto también puede reutilizarse, incluso para construir una mercancía física “ilegal”, aunque ocuparse de esto requeriría de más tiempo y espacio).

En este sentido, hacés una distinción entre Texto y Libro. En otra ocasión también dijiste:“El libro electrónico no existe. Lo que hay en todo caso es un texto electrónico”. Un autor, ¿de qué es autor? ¿De qué es propietario?

Estoy de acuerdo, desde ya, con que se preserve y reconozca la autoría de una obra (es, en efecto, un derecho moral que la ley contempla); estoy de acuerdo también con que unx es, en cierta forma y hasta cierto punto, autorx de un texto, aunque si por mí fuera acortaría, y mucho, la propiedad intelectual sobre él (digamos 20 años, como era al comienzo y como es hoy, por ejemplo, con las patentes. ¿El gremio de lxs escritorxs, la CAL, CADRA, etc., tienen entre sus objetivos ir alguna vez en esta dirección? ¿Lucharán algún día para que en la Argentina existan los derechos de “uso justo” y “copia privada”? ¿Y para que se elimine esa vergüenza mundial de “dominio público pagante”?1). En cuanto a pretender controlar la circulación sin fines de lucro (tanto directos como indirectos) de la copia digital de un texto, lo veo como algo que va en contra de ciertas dinámicas culturales afianzadas (entre ellas, y no me parece menor, la educación), de desarrollos tecnológicos y del espíritu de una época. Hoy unx escribe y eso se integra, más tarde o más temprano, a la cultura digital sin pedir permiso, y está bien que así sea (porque está volviendo, de alguna manera, no “yendo”): y esa es, ni más ni menos, que una dinámica que se ganó la propia cultura en su devenir electrónico. Y creo que esto te plantea, en tanto autorx, tres acciones posibles: ejercer/ceder el control (judicial, tecnológico, económico, etc), la apatía, o bien la apropiación del formato y los procesos de producción del libro dentro de la comunidad (esto es justamente, aunque en parte, la edición artesanal). En tanto autorxs somos siempre coautorxs, y la idea de la propiedad exclusiva y sujeta a derechos de explotación comercial sobre una cierta configuración de lenguaje o información (en frío un texto es eso) es siempre problemática y apenas una variable que acaba destruyendo el tiempo (al menos en aquellos países que sí tienen “dominio público”, que son casi todos).

Por ende considerás que si tuviéramos en cuenta estas cosas, ¿tomaríamos como autorxs una posición un poco menos privativa de nuestras producciones?

¿Sobre nuestras producciones textuales y su circulación digital? Pienso que sí. Pero no sólo eso. También tendríamos, quizás, una visión más global, orgánica y a largo plazo del bibliosistema que habitamos: dónde publicamos y por qué, cómo se comporta y cómo nos perfila la editorial donde publicamos, cómo circulan nuestros textos y libros, qué tipo de modelo de negocios tiene (y cuáles son las consecuencias de su desarrollo), qué puedo aportar más allá de mi rol previsto, qué acciones puedo tomar para atacar directamente aquello que quisiera que no tuviera una posición dominante o de privilegio en el bibliosistema, etc.

“La concentración editorial (que alcanza no sólo la producción sino también la distribución y venta) implica, sin dudas, un proceso de degradación de la cultura, que se recicla incesantemente y que, en este sentido, quizás podría ser más abiertamente cuestionado, atacado e (incluso) saboteado. Perpetúa unos modelos de escritorx, de texto, de libro, de éxito, de propiedad exclusiva y de derechos de explotación que son bien nefastos”.


En el ensayo que publicaste recientemente “Cómo prepararse para el colapso del sistema industrial de publicación” planteas, por un lado, que la industria editorial está colapsando ¿por qué considerás que es éste el escenario?

Si bien la grandilocuencia del título juega bastante con el contexto actual de la pandemia (que es el contexto de su escritura), me gusta creer que el sistema industrial de publicación está, efectivamente, en una fase terminal. Me interesan al menos tres factores: la aparición de nuevos dispositivos tecnológicos (básicamente, la PC y la impresora hogareña), la concentración editorial y el acceso digital a los textos. Todos son, curiosamente (o no), más o menos simultáneos. La concentración editorial (que alcanza no sólo la producción sino además la distribución y la venta) implica, sin dudas, un proceso de degradación de la cultura del libro (porque socava sus pactos, dinámicas y diversidad), que se recicla incesantemente y que, en este sentido, quizás podría ser más abiertamente cuestionado, atacado e incluso saboteado. Instala unos modelos de escritorx, de texto, de libro, de éxito, de propiedad exclusiva y de derechos de explotación universales que son bien nefastos y que, más o menos directamente, colaboran con la desaparición de otros (micro-)bibliosistemas2. Hoy lxs escritorxs de ficción que “viven de” la escritura (casi todxs ellxs salidxs de la edición independiente, casi todxs ellxs migradxs al mismo territorio concentrado multinacional) siguen siendo una minoría, y en ocasiones una élite (cuando no cuestionan, justamente, ciertas condiciones de privilegio o mecánicas que perjudican el bibliosistema). Entonces, yo ahí veo dos cosas: por un lado, escritorxs que desconocen esto, o que lo saben y que, por diversas razones (las materiales personales entre ellas, sin dudas), no puede importarles abiertamente o de hecho no les importa (es la apatía de la que hablé antes); y por el otro, formas de autonomía “escritoriales” reales que diversifican los textos pero también los libros (la librodiversidad es tan vital como la bibliodiversidad), los eventos, los roles y los modelos, y que generan unos trabajos orgánicos como formas de vida antes que como meros “trabajos”. Por suerte, y esto lo sé yo muy bien, cada vez hay más gente preocupada por todo esto último.

En ese artículo también instás a salirse de la industria y experimentar la edición e impresión de manera artesanal, no como algo mecanizado, sino casi -me atrevo a decir- como una obra de arte junto con la escritura. ¿Por qué la escritura y la edición o publicación estarían escindidos? Diría incluso, ¿desde cuándo?

La idea de salirse de la industria de la cultura es, en parte y en principio, metafórica, y tiene que ver, en todo caso, con desplazarse un poco y ralentizar algunos procesos, volverlos abiertos, integradores, restarles sofisticación (ésta también es una idea de escritorx que me aleja de algunos reclamos gremiales, de seguro bienintencionados), desarticular cadenas productivas verticales complejas readueñándose de cada uno de los pasos y entendiendo que la circulación también puede ser lenta y a pequeña escala, todo lo cual deja y crea, al mismo tiempo, mucho espacio para que muchxs otrxs actorxs intervengan (¿por qué hablamos y compramos y recomendamos la mayoría de nosotrxs más o menos los mismos textos y libros y autorxs?). En cuanto a la escisión, se trata de un mecanismo típico de nuestra cultura, y de una política también, muy naturalizados. La escritura y la manufactura de libros aparecen escindidas tal como escindimos cuanto sea posible producción y consumo. Entonces, lo que yo pienso en este punto es que siempre que reunamos cosas que el sistema escinde ya estamos en el camino de una cierta autogestión, y eso siempre es deseable. Lo interesante además es cómo cada uno de los disvalores de la industria de la cultura constituyen valores para la autogestión: frente a la rapidez, lentitud, obsolescencia/artesanía, trabajo asalariado y especializado en la cadena de producción/oficio, comercio global/comercio local y justo, sobreproducción/objetos únicos en tiradas cortas, escasez/disposición (+ factor tiempo, y paciencia), dependencia/independencia respecto de ciertas reglas de producción y de mercado, crecimiento/decrecimiento, profesionalización/autoformación, etc.

Intervención y reescritura de El arte nuevo de hacer libros de Ulises Carrión
Intervención y reescritura de “El arte nuevo de hacer libros” de Ulises Carrión

¿Este involucramiento del escritor en la producción del libro puede derivar en una precarización del rubro?

Ya la idea de “rubro” es dudosa… Pienso que, inversamente, podría decirse que no hay escritorx más autónomx que quien escribe, imprime, encuaderna y distribuye (recomiendo mucho en este punto La librería de los escritores de Mijaíl Osorguín), y tampoco es completamente así (aunque se acerca más a lo que yo creo, claro, y no sólo a lo que creo sino a lo que experimento a diario con la edición artesanal). ¿Y aquellxs escritorxs que firman contratos “desventajosos” por razones que no pondrían sobre la mesa? ¿Y lxs que se quejan del 10% del pvp [precio de venta al público] cuando no les cierra pero lo aceptan cuando todo marcha bien (para sí y un selecto grupo)? Hay, en parte, un modelo cultural sofisticado, hiperindustrializado y casi totalmente cerrado, y que en los casos paradigmáticos podría tenerse incluso por uno de (auto)explotación dentro de la cadena de la división incesante del trabajo editorial, y otro más abierto, artesanal, participativo y comunitario, que yo identifico con la autogestión. En el primero la figura “escritorx” tiende al fenómeno, al ghost writer (incluso, o sobre todo, de sí mismo), al escritor informante del que habla Benjamin, mientras que en el segundo es algo mucho más cercanx a unx artista gráficx, a unx gestorx de proyecto, a alguien “operante” en la comunidad. Por supuesto, hay muchos grises y casos particulares. Pero esos modelos están, se leen y funcionan. Llevados al caso de las ferias, por ejemplo, resultan claramente antagónicos (a pesar de que conviven): en uno quien paga más tiene más espacio y visibilidad (de stand), mientras que en el otro hay sólo dos tamaños de mesa (no stand, mesa: y esto ya me parece un cambio radical) y que tienen que ver casi exclusivamente con el tamaño del catálogo; en el primero se paga entrada, como si se tratara de un espectáculo, mientras que en el segundo no; el tipo de organización que hay detrás es, también, crucial. Insisto: está esta idea de la sobreexplotación o autoexplotación; ahora, la división incesante y la especialización a la que tiende el trabajo editorial también resulta en una forma de “precarización” para la inmensa mayoría, y eso es, lamentablemente, algo propio de la industria (¿cuántos textos hay que poder escribir y vender para “vivir de” eso? ¿Cuántos textos hay que corregir, o traducir? ¿Y cuántos libros hay que maquetar, o diseñar, o editar, o publicar?). Lo que tenemos que pensar a partir de todo esto es qué alternativa podemos diseñar, construir y autogestionar.

¿Creés que la liberación del texto por fuera del libro, además de enriquecer a la comunidad de semejantes, como decís en tu artículo, valoriza de alguna manera el objeto libro?

Creo que lo refuerzan y complementan, y en el caso de la edición artesanal sirve además para poder percibir mejor el libro en tanto soporte y significante: se trata de libros cosidos, muchas veces en tapa dura, hechos con buenos materiales y oficios (costura, encuadernación, grabado, diseño de objetos), con intervenciones gráficas, con escrituras quizás más “inesperadas” en términos de la industria, con traducciones inéditas o actualizadas (y casi nunca pensadas para la cultura global de una lengua, es decir: para todxs los lectorxs por fuera de una pequeña comunidad, ya sea local, regional o, como mucho, nacional), en ediciones numeradas, de diferentes formatos y, como en los casos de la Feria de Editores o cualquiera de las ferias de arte gráfico (Migra, Feria de Oficios Gráficos, Paraguay, etc.), libros que casi siempre funcionan como vínculo directo y manifiesto con algunxs de sus creadorxs involucradxs. Justo ahí es donde queda más claro que nunca aquello que Ulises Carrión escribió en 1974: el texto es apenas una parte del libro. Existe para mí una relación de aumento de valor recíproco, un “ciclo virtuoso” de verdad, entre texto, libro, escritura, autorx, lectorx, edición (en un sentido amplio, artesanal) y comunidad que bien vale la pena explorar, incluso (o sobre todo) como escritorx.


1 El “uso justo” es aquel que puede hacerse, en principio, de un objeto ya adquirido: prestarlo a unx otrx, por ejemplo. El derecho de “copia privada” implica que puede hacerse una copia personal a los fines de preservar, por ejemplo, el texto de un libro ya adquirido (las bibliotecas en nuestro país, al igual que todas las del mundo, utilizan a menudo este tipo de “copia”, aunque acá de manera ilegal). Tanto el “uso justo” como la “copia privada” pueden entenderse además como limitaciones al cobro de regalías por derechos de autor. Respecto al “dominio público pagante”: en Argentina no existe el dominio público; en su lugar hay “DPP”, que instaura la obligación de pagar para poder “explotar comercialmente” contenidos que en cualquier otro lugar del mundo están disponibles gratis. Según consta en su página, el “ciclo virtuoso” del “DPP” constituye la principal fuente de financiamiento del Fondo Nacional de las Artes. Cabe señalarse que tanto la resolución como el cuerpo legal sobre derechos de DPP fueron sancionados durante la última dictadura militar.

2 Me refiero a (micro-)sistemas diversos ligados al libro.

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