Tras dos décadas del estallido social que cambió el rumbo del país, unas reflexiones sobre la importancia de aquella rebelión popular y las causas que desembocaron en el caos, que al día de hoy vuelven a aflorar en el debate público.
Por Marvel Aguilera
El 2001 fue un punto y aparte. La pura expresión de la rebelión popular. Del pueblo contra los intereses foráneos. De la voluntad de miles de trabajadores precarizados, de desempleados, de jubilados estafados, y de jóvenes autoconvocados sin perspectiva alguna de un mañana. Esos 19 y 20 de diciembre de hace 20 años, la ciudad estalló de furia. Era más de una década padeciendo un saqueo indiscriminado, de nuestros recursos, de nuestro patrimonio, del plato de comida en nuestra mesa.
Las calles ardieron ante la represión indiscriminada de una policía asesina, al servicio de las peores prácticas represivas. 39 personas perdieron la vida, argentinos que pusieron el cuerpo para defender el futuro de otros argentinos, de todos ellos. Para transformar un futuro oscuro y excluyente, sin trabajo, educación, salud; sin nada más que una carta de muerte. Un abismo sostenido por un gobierno nefasto, continuador del hundimiento neoliberal, coimero, hipócrita y por demás violento.
El presidente eligió huir, como rata por tirante, dejando un tendal de muertes a su espalda y un país dinamitado. Habían destruido todo a su paso, mintiendo descaradamente, arrogándose los valores de la honestidad y de la justicia. Alimentando un sistema ficticio que no tenía otra salida que implosionar. En los barrios, la situación era caótica. El hambre se agigantaba entre las familias, los saqueos eran imparables, y la herida social sería difícil de cicatrizar por bastante tiempo.
Muchos de los responsables de esa masacre, como Patricia Bullrich, Ricardo López Murphy y Hernán Lombardi, siguen fomentando el odio y la división desde sus lugares de privilegio en Juntos por el Cambio, desentendiéndose de lo que provocaron, evocando un cinismo inimaginable, referenciándose como censores de la moral y la democracia en los sets de televisión.
20 años después, muchas fueron las conquistas y los derechos que pudieron adquirirse a partir del coraje y la lucha de decenas de tantos argentinos durante esos días. Pero muchas otras siguen en puja, afloran desde el mismísimo odio recalcitrante que la oligarquía tiene para con el pueblo argentino y su anhelo de ascenso social. Tanto la construcción de la lógica “grietista” en el campo político, como así la invención del enemigo interno alrededor de la lucha de los pueblos originarios, que acabó con la vida de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel entre otros, son parte del mecanismo de división que intentan introducir en el sentido común popular, el de un pueblo fracturado.
Muchos medios, defensores acérrimos del neoliberalismo y el jet set menemista y aliancista, hoy simulan congoja. Arman informes, hacen lagrimear a sus voceros en vivo. Son parte de ese simulacro de sensibilidad mientras, a su vez, avivan a libertarios negacionistas y operan contra las ideas populares y colectivistas, a las que asocian a la vagancia y la falta de progreso del país. Son parte de un juego perverso que tiene el mismo fin de hace veinte años, legitimar la desigualdad.
Pero la memoria no se borra tan fácil, y la lucha que el pueblo movilizado dio hace veinte años corre por nuestra piel, como una marca indeleble que nos hace recordar la importancia de la unidad frente al cipayismo recalcitrante que el poder económico quiere sembrar en nuestras conciencias. Una huella que seguirá estando presente no solo en los que lo vivieron, sino en las futuras generaciones que quieran saber que la democracia y la justicia no solo se defiende en las urnas y en los escritorios, sino también en el encuentro espontáneo en las calles, en la conciencia colectiva de una Argentina para todos.
“Tanto la lógica “grietista” en el campo político, como así la invención del enemigo interno alrededor de la lucha de los pueblos originarios, son parte del mecanismo de división que intentan introducir en el sentido común popular, el de un pueblo fracturado”.