El Pregonero

El pulso magnicida | Violencia, Libertad e Impunidad

A un año del intento magnicida contra la vicepresidenta Cristina Fernández, las injusticias e irregularidades respecto al atentado crecen, mientras recrudece una ola de violencia que encuentra en el ideal libertario un cauce funcional para su estallido.


Por Marvel Aguilera.

En diciembre del 2001, conocimos la violencia en primer plano. Hordas de vecinos al calor de las fogatas que desde las esquinas del conurbano vigilaban con palos y elementos cortantes a posibles saqueadores que avanzaban, agazapados con pasamontañas, hacia los comercios de la zona: rompiendo escaparates, cargando mercadería en changuitos, agarrándose a trompadas con los dueños que atinaban a querer salvar algo de lo que a esa altura parecía inevitable.

Las imágenes en la televisión mostraban un escenario distópico: militantes ensangrentados, enfrentándose con fuerzas de seguridad montadas a caballo, atinando a impactar cabezas, como un cuadro apocalíptico de El Greco; y cuerpos que eran arrastrados por el pavimento, entre la agonía bélica que circulaba en un derredor de pólvora, sangre y sudor, como restos de una sociedad mutilada desde su raíz. Todos conocemos el final de la película. Treinta y nueve muertos, cientos de heridos, un presidente huyendo en helicóptero, y un país incendiado que parecía no tener vuelta atrás.

Veinte años después, uno se pregunta si la violencia siempre fue la misma. Si en la actualidad, los discursos de odio que se viralizan en los medios, los escraches a distintos funcionarios festejados en redes y, principalmente, el intento magnicida contra la vicepresidenta Cristina Fernández, responden a una violencia resultante de la opresión sobre el pueblo argentino. En principio, hay algo que parece no cuajar. Es que el rechazo a este sistema de desigualdades e injusticias de principios de siglo, que naturalmente impulsó a miles de compatriotas a tomar por asalto espontáneamente las calles, no puede condensarse hoy en la figura de un líder político. Menos a quien más hizo por defender y ampliar los derechos de las mayorías populares.

“El rechazo a ese sistema de desigualdades e injusticias de principios de siglo, que naturalmente impulsó a miles de compatriotas a tomar por asalto espontáneamente las calles, no puede condensarse hoy en la figura de un líder político. Menos a quien más hizo por defender y ampliar los derechos de las mayorías populares”.


La violencia que en los últimos años se replica hacia figuras de autoridad política, de diferentes espectros ideológicos, como fue el caso del entonces candidato brasileño, Jair Mesias Bolsonaro en Minas de Gerais, o al ya electo colombiano Iván Duque, cuando volvía de un viaje en helicóptero, son efusiones de una sociedad conflictuada y domesticada, por demás está decirlo, pero que parece no encontrar una salida colectiva para impulsar aquellas movilizaciones y luchas sociales que otrora podían llegar a concentrar su estado de desesperanza y frustración.

Cuando comencé a estudiar periodismo en TEA vimos el documental Surplus. Terrorismo de consumo del italiano Erick Gandini. Un film que repasaba cómo el sistema actual de consumo nos convierte en esclavos de las mercancías, vendiéndonos un progreso ficticio que solo sirve para engrosar la brecha de inequidades entre las corporaciones: dueñas todas de los aparatos de dominación, como son los medios de comunicación y las empresas de tecnología; y los trabajadores, sometidos a una regulación cada vez más asfixiante, profunda, pero a su vez invisible.

En el documental uno de los principales oradores es John Zerzan, un filósofo norteamericano que promueve el “anarco-primitivismo”, una postura que piensa que una forma de combatir al sistema vigente es impulsando la destrucción de la tecnología, el progreso, la religión y el Estado, para volver así a una edad de las cavernas que nos vuelva a situar en el marco de una igualdad social, de forma similiar -aunque con diferencias- a como pensaba el famoso “unabomber”. Zerzan, en ese sentido, defendía la violencia contra la propiedad privada, (en la película justifica un ataque a McDonalds) porque entendía que era un “autodefensa” frente a las hostilidades del sistema hacia los individuos. Sin embargo, una década después, el sistema de consumo es mucho más punzante de lo que mostraba Surplus, y ¿la violencia? Quizás corra por otras vías menos comunes, más normalizadas.

Byung Chul Han

En 2016, la marca de autos Chevrolet sacó al aire un anuncio para promocionar su nuevo Sedán Cruze. “Imaginate vivir en una meritocracia, en un mundo donde cada persona tiene lo que se merece”, rezaba el spot, en un clima social donde el asumido gobierno de Mauricio Macri había despedido a miles de trabajadores del Estado. El esfuerzo y el progreso individual que vendía la firma norteamericana nos hablaba de una sociedad oprimida por los tentáculos de la política, que debía ser liberada de inmediato para volver a ese pasado en donde cada uno se valía por sí mismo.

Un “hombre como lobo del hombre”, parafraseando al “estado natural” del que hablaba Hobbes, pero que ya no debía ser regulado por un Estado, sino por la “libertad” que garantizaba la economía de mercado. Una arenga que hoy repite hasta el cansancio Javier Milei. No obstante, el discurso de Chevrolet en el último tiempo, para publicitar su camioneta Tracker, elegió ir más allá para hablar de la necesidad de ser “Trollerantes”. Un neologismo que daba cuenta de nuestro doble moral en persona y en redes sociales. Una invitación a ser respetuosos en persona, mansos, pero a la vez incorrectos en las redes. “Hoy gran parte de la sociedad es las dos cosas al mismo tiempo”, repetía la publicidad. Y, en parte, lamentablemente, era cierto. Pero aquello solo evidenciaba una violencia latente, perversa. El consumo como un elemento trascendente en medio de una realidad política cargada de injusticias, corrupciones e inmoralidades.

Y una camioneta para pasar por encima de todo eso, sin frenos, con los vidrios polarizados, donde nadie pueda detenerte, y el que lo intente, quede bajo tus ruedas.

¿Es la libertad que hoy pregona Milei el paso previo a una violencia inusitada de unos contra otros por la sobrevivencia? ¿Puede ser la libertad la punta de ovillo del caos legitimado?

Mucha de la violencia que hoy termina desatándose en la sociedad se concentra en los medios de comunicación y las redes sociales. Allí donde se manipulan los ánimos en pos de los intereses económicos de los dueños de los “fierros”. Es que la violencia espontánea que podía existir hacia un sistema de opresión, hoy parece no tener cara. Es invisible. No hay nadie a quien combatir, contra quien rebelarse. Solo la “clase política” o la “casta”. Los enemigos que el mercado, a través de sus representantes “outsiders”, pone constantemente en el centro de la escena para terminar siendo la fuente de todos los enojos, malestares, y actos violencia que rebrotan en el llano.

Jonathan Morel de Revolución Federal

En Topología de la violencia, Byung Chul Han explica el paso -de la misma forma que Deleuze- de la violencia de las sociedades disciplinarias a las sociedades de rendimiento. Han nos habla de una sociedad “deformada” que ha sido arbitrariamente manipulada en su identidad para adecuarla a las necesidades del capitalismo. En base a ello, señala que la “histeria” aparece como una característica de rechazo absoluto contra toda forma de orden, prohibiciones y negatividad, que, en realidad, solo hacen que estrechen la obediencia al sistema. Cada persona, de esa forma, es empujada a violentarse a sí misma. ¿Cómo puede terminar la violencia de esta falsa libertad? Está claro que no en un apretón de manos.

Mucho se habló de la banda que atentó hace un año contra la figura de Cristina Fernández. Un hecho gravísimo que parece no avanzar y que solo pretende apuntar sus cañones a los “copitos”. Pibes y pibas ligados al neonazismo, a lo esotérico, también a financistas de Juntos por el Cambio, particularmente Luis Caputo (ex ministro de Finanzas del macrismo) y su nexo con Revolución Federal. Es probable que buena parte ayude a comprender las causas. Pero poco parece analizarse del contexto en que los actos de violencia hacia la autoridad política se dan. Legitimados y exaltados por una porción social que cada vez crece más y parece dispuesta a determinar el destino de nuestro país en un extremismo liberal carente de toda humanismo. El propio Deleuze llamaba violencia “esquizo” a esta ligazón simbiótica con el capitalismo. El narcisismo de las redes, la hiper-información, la vigilancia a que elegimos exponernos; todo una serie de violencias consumidas, casi sin chistar, hoy alimentan a una sociedad cansada, con pocas oportunidades, dispuesta a inmolarse si la situación lo requiere. Un pueblo aturdido por un frenesí del tiempo que parece agotarse cada día más rápido.

“El narcisismo de las redes, la hiper-información, la vigilancia a que elegimos exponernos; todo una serie de violencias consumidas, casi sin chistar, hoy alimentan a una sociedad cansada, con pocas oportunidades, dispuesta a inmolarse si la situación lo requiere”.

Han retoma el concepto “nula vida”, para asemejar nuestra existencia moderna con la de una babosa. Estamos vaciados de identidad, y rellenados de mediatización. Un presentador verborrágico como Baby Etchecopar o Viviana Canosa pueden ser responsables de fomentar broncas, pero el problema es más hondo, y responde al vaciamiento identitario que crece diariamente. Dario Argento, el director de cine, hijo del realizador de culto, dijo hace poco que “ya no hay conciencia política en los zombis”. Ese parece ser el derrotero que nos queda en esta sociedad de mega consumo: merodear como zombis, buscando sobrevivir y alimentándonos de las mieles del odio. Es una visión un poco pesimista. Pero es quizás un paso necesario que tenemos que transitar para entender que esta fogoneada “libertad”, que tanta popularidad goza hoy en día, es posiblemente la más cruenta y violenta que podamos tener. Porque para volver a tomar el control de nuestras vidas, primero, tenemos que aceptar que en buena medida ya las hemos perdido.

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