Piedra Libre

Tres Banderas| Cuento de Pablo Américo


Por Pablo Américo.

Este cuento pertenece a Heterotopías, publicado por El Bien del Sauce edita.


Era el día. Ya no podía esperar más. Sentía que tenía que hacerlo. Tenía que sincerarse, aunque no fuesen a comprenderlo. Aunque no fuesen a aceptarlo. Cuando su madre lo llamase a cenar, bajaría por las escaleras, se sentaría en la mesa del living y confesaría todo frente a sus padres. No les iba a gustar nada. Le dirían todo tipo de improperios y reprobaciones. Su madre quizá hasta sería capaz de llorar. Y su padre se enojaría y se levantaría de la mesa, gritándole de todo.

Pero no había otra manera. No podía seguir viviendo dos vidas. Sus padres tenían que saber qué era lo que él pensaba. Lo que él sentía.

Ya hace tiempo que tenía que hablar. Tenía que hablar para dejar de mentir. Para dejar de esconder a dónde iba. Para dejar de tener miedo de que sus padres lo escuchasen teniendo una conversación telefónica o viesen por error alguno de los videos que miraba por Internet.

No quería decepcionarlos. No a sus padres. A pesar de todo, los quería. Ellos serían conservadores, serían demasiado católicos, serían lo que serían, pero eran sus padres. Y no podía decepcionar a sus padres. Aún menos podía mentirles.

Cuando estuvo frente a ellos, sentado en la mesa, no supo qué decir. Su hermano menor peleaba contra unas papas al horno y su padre cercenaba un trozo de colita de cuadril mientras repetía que con la eliminación del impuesto a las ganancias su sueldo subiría estrepitosamente el año entrante.

No parecía el momento para su confesión. No quería distorsionar esa imagen de familia tipo, de familia feliz, blanca, conservadora, heterosexual, católica, burguesa, patriarcal y occidental, y tantos otros adjetivos de manual. No quería terminar con todo eso. Era bastante cómodo, a decir verdad. Y bastante tranquilo.

Pero, después de todo, había muchos otros chicos como él que también llevaban vidas burguesas y conservadoras. Las identidades, después de todo, son flexibles y relacionales. O al menos eso había aprendido en la cátedra Gamallo de Antropología durante el CBC.

Los asesinaría con su verdad. Y no estaba dispuesto a eso. Por más que sus conocidos o gente en las redes sociales, los más radicales, lo incitasen a poner el dedo en la llaga. No podía entender que esas personas sentadas frente a él fuesen opresores. Y mucho menos que fuesen opresores de su gente.

No encontraba la forma de decir las palabras. No sabía cómo disminuir el impacto de su confesión. Rebuscaba entre montones de oraciones posibles que le sirviesen para amenizar las previsibles consecuencias de su accionar. Decidió, en esos instantes de nerviosismo, que lo mejor sería soltar todo de una buena vez.

– Mamá. Papá. Tengo algo que decirles hace mucho tiempo-. Su madre y su padre levantaron la vista y lo observaron. Franco inhaló y exhaló una profunda bocanada de aire. –Hace tiempo que…-. Su ritmo cardíaco se aceleró. No había vuelta atrás, no había excusas posibles. Lo que había iniciado era irreversible. – Mamá. Papá. Estoy militando en la Juventud Peronista.

Su padre enrojeció. Su madre se quedó en silencio.

Por un momento, lo único que se escuchó fue el leve girar del ventilador de techo y los sonidos metálicos de los cubiertos de su hermanito, que aún peleaban contra una papa subversiva.

-Yo sabía… Yo sabía… Esto pasa porque quisiste ir a la UBA, que es un nido de negros de mierda- balbuceó su padre mientras se servía vino apresuradamente. –Ya vas a crecer y te vas a dar cuenta de que las cosas no son tan así.

Franco se quedó en silencio. No sabía si defenderse o esperar a que la arremetida continuase.

– ¿No ves que se robaron un país? Hace medio siglo que vienen llenando este país de vagos y bolivianos. Éramos una potencia nosotros… El granero del mundo… Y ahora mi hijo milita con esos nazionalistas. ¡Con z nazionalistas! ¿O no sabes que Perón era un mussoliniano? Vos que te la das de progre, de defensor de causas perdidas, terminas militando para un tipo que repartía manuales de adoctrinamiento en jardines de infantes. Pero mirá vos, che, ¡qué tipo vivo que resultaste!

– No es tan así papá, hay otras interpretaciones y lecturas que…

– ¡Lecturas las pelotas! ¿Fueron esos pibes con los que viniste a casa el otro día, no? El flaquito con barbita y anteojos. ¿Ese te convenció, no? Y ahora vas a ir como una marioneta a las marchas y te vas a terminar acomodando en un puestito de mierda en el Estado – . Su padre siempre monologaba, no podía evitarlo. Empezaba a enojarse y a hilvanar palabra tras palabra, haciendo mucho ruido sin decir nada. Repetía cada uno de los sentidos comunes de su ideología política mientras su madre movía los ojos, nerviosa, y esperaba en silencio alguna oportunidad para realizar una intervención diplomática. Su hermanito seguía atacando la comida que tenía sobre su plato. – ¿Ese es el plan no? Total, vos cobras un sueldo de ñoqui planero y haces que tus jefes se llenen los bolsillos y compren bóvedas en el sur. ¿No te das cuenta de que militas para unos chorros?

– No sé qué decirte, pa. Yo pensé que, aunque sea, te ibas a poner contento de que milite…

– Militar… Militar era lo que hacía tu abuelo con los cordobeses de Sabattini. Lo que hacía yo en la Franja Morada. Lo que hacen ustedes no es militar, es salir a romper cosas y hacer todo lo que les ordenen.

– Bueno Roberto, ya está. Es una edad- intervino, al fin, su madre.

– Sí, eso decían las viejas esas que hacen las rondas, seguramente. Cuando sus hijos caían con un FAL en la casa, decían ‘Y bueno Roberto, es una edad, ya se le va a pasar’. Y terminaron todos ahogados en el río esos terroristas.

– Bueno papá, me parece que te estás zarpando.

– No me estoy zarpando nada. El que se zarpó fuiste vos. ¿Qué diría tu bisabuelo, en paz descanse, si supiese que estas metido con esos tipos? Tu bisabuelo que era socialista e hizo todo lo posible para que no ganase el milico ese. Tu bisabuelo que perdió su empresa por las medidas de mierda que tomó Perón pensándose que era el Duce. Tu bisabuelo que estuvo en la plaza en la revolución de septiembre, poniendo el pecho por la democracia, y que por suerte se murió antes de que lo dejasen volver al tirano ese.

– Me parece que no entendiste nada, como haces siempre- sentenció Franco y se levantó de la mesa. Atrás quedaron los gritos y las elaboraciones de su padre, mientras él subía la escalera y volvía a encerrarse en su habitación.

No quiso hablar con ninguno de sus amigos sobre lo que había ocurrido. No quería que supiesen que tenía padres así de cerrados. Se limitó a recostarse en su cama y escuchar música en su celular, procurando que el volumen fuese lo suficientemente alto como para callar todos sus pensamientos.

Media hora más tarde su madre irrumpió en la habitación y comenzó a hablarle. Él subió el volumen de la música en su celular hasta que ella le arrancó uno de los auriculares, en un gesto rebosante de pasivo-agresividad.

– Franco, ¿me podés escuchar un poco?

– No, ándate.

Ahora, el único sonido que se escuchó por unos segundos fueron los ahogados ecos de los auriculares en la cama.

– Franco…- comenzó su madre. –Tu papá y yo estamos muy orgullosos de vos. Hagas lo que hagas. Seas lo que seas. Entendemos que ser joven es difícil, y uno a veces se confunde y quiere probar cosas distintas… Pero lo importante es que vos sepas que nosotros siempre te vamos a acompañar y, también, que recuerdes que nada es definitivo-. Él la observaba en silencio, tocándose el brazo de forma involuntaria. Su madre siempre intentaba bajar la intensidad de las discusiones, haciendo uso de un tono pedagógico que implícitamente le recordaba cómo eran las jerarquías en su familia. -Yo, cuando tenía tu edad, me metí en un curso de macramé. Y después descubrí que el macramé no era lo mío. Y acá estoy. No me morí, ni me pasó nada. A veces las cosas son simplemente una fase. Y otras veces no. Y eso no importa, porque tú papá y yo te vamos a apoyar sea como sea. Por más que tu papá sea un poco brusco… un poco malhumorado, él te quiere mucho. Siempre te quiso mucho, ¿sí?

– Sí, mamá.

La canción ahogada que se escuchaba salir de los auriculares había cambiado de un rock lento a lo que parecía ser un reggae o un dub.

– Bueno, está bien. Buenas noches hijo-. Su madre lo besó en la frente. –Que descanses-. Su madre abandonó la habitación.

Al quedarse solo de nuevo, Franco se recostó en su cama y volvió a ponerse los auriculares. Cambió de canción y miró Instagram durante unos minutos. Le dio “me gusta” a un par de fotos de una marcha contra la impunidad que se había hecho ese día.

“Salió bastante bien lo de hoy” pensó. “Ahora el tema es cómo les voy a explicar que estoy saliendo con Alejo”.


Tres Banderas” es el segundo cuento de Heterotopías (El Bien del Sauce Edita, 2019). Es uno de los textos más cortos del libro y tiene un tono más humorístico e irónico que utiliza personajes intencionalmente caricaturescos. El resto de Heterotopías recorre historias de jóvenes desempleados en el macrismo temprano del 2017, bandas de rock under, consultorios médicos, recitales del Indio Solari, peleas de borrachos y los desarrollos del fatídico día en que se publique un vídeo porno de Donald Trump en Internet, entre otras cosas.


Pablo Américo
Heterotopías
El Bien del Sauce edita

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