Literaturas

Penélope de Odisea | De la antigüedad a una modernidad decadente

Una reseña como la carta de un viejo amigo, como palabras brillando después de la lectura. Una reseña de Penélope de Odisea, de Federico Sgró (Textos Intrusos).


Por Benjamín Salas Sadler.

Durante poco más de un año, con Federico compartimos conversaciones sobre autores, libros y editoriales mientras atendíamos a la clientela de un restaurant de Palermo. Federico Sgró nació en Buenos Aires, vive en el Partido de La Matanza, es escritor y dibujante. Cursa la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes. También cursó la Licenciatura en Artes Visuales de la misma casa de estudios. Publicó poemas y cuentos en revistas y medios digitales. Penélope de Odisea es su primer libro. Mi lectura y posterior devolución hace las veces de reseña.


“Don Federico, he leído su texto detenidamente y con mucho entusiasmo. Fueron días de distancia y lejanía hasta de uno mismo, ahí en el encierro, y esta novela terminó de rellenar esa corta conversación que tuvimos mientras me entregaba su trabajo. El texto parte en el fluir de una conciencia rebelde, que recorta al mundo de forma intempestiva, casi que lo serrucha. Esa explosión de violencia y vivacidad interior se baraja a lo largo de los capítulos con una serie de discursos que apuntalan la historia, y un narrador que se funde con estos pensamientos protagónicos de la manera que quiere. Raúl Alcides Silva se percibe como un héroe bonaerense, un mito villero que lo solapa con una inmortalidad aquiliana, y en esa misma superposición, se le escapa su tortuga. En la carrera emprendida desde este hecho, el guerrero moderno inicia una transformación errática dentro de un hospital psiquiátrico que lo deja tejiendo y destejiendo un poncho monstruoso de macramé, a la espera de Ulises, en la otra punta del mito. Apresurando una lectura se puede decir que el amor catapulta a Raúl, de Aquiles, a Penélope. En eso empieza y termina un arcoiris narrativo que nos lleva del exceso de crueldad, de ese fervor inicial del guerrero, a atropellarnos con la paz.

Aunque por otro lado, se escucha zumbando como vuelo de insecto el eco de lo mimético arrancado con irreverencia y es en ese gesto, si se quiere, que el retazo de lo otro, para la definición de uno mismo, traza alguna de las líneas que dibujan personajes y digresiones. Se mezclan seres reales salidos del trabajo de campo y traspolaciones de la antigüedad a la decadencia moderna; se rebaten autores de la realidad y se le da voz a otros apócrifos. En lo leído me fui por un laberinto emocional: primero una prosa dulce y sucia que se ejecutó de manera casi heroica. Su capacidad de soltarse en esa sonoridad descontrolada que desafía al lenguaje, al lector y a todos los participantes del acto de lectura, es, debo creer, tanto producto de una práctica intensa como una devoción por cierta estética literaria que caracteriza a los escritores neobarrocos, o barrosos. De manera cautivante, la prosa edifica una naturaleza de la cual no somos parte, genera la sensación de un fotógrafo ante un hecho histórico, un acelerador de partículas sociales que convergen en una escritura arraigada; escritura que desembarca las particularidades del territorio en su significado; significado no poco irónico y crítico pero que, estéticamente, mantiene las costumbres de los personajes, los lectores, el escritor, las influencias, el estilo.

Al continuar caminando entre los personajes y los escenarios, me vi navegado en un delta de códigos y alias que son de un mundo existente. Da la sensación de que todos los sujetos son parte de una historia o aventura que ya estaba sucediendo. La total naturaleza de los actores a pesar de los inconvenientes es muy particular, me recuerda a la película paraguaya 7 Cajas, donde se muestra una situación caótica o, mejor dicho, de constante abandono, que parece venir desde el día cero, tan natural como peces en un acuario; y el lector mirando detenidamente cómo no se ahogan ni se lastiman unos a otros en medio de tanta acrobacia.

Acrobacias de identidad, el relato está desbordado de cambios en la identidad de los personajes. Como dije, el retazo en el que se arranca lo otro los hace mutar con un parafraseo, o al envolverse en una sábana, o al ponerse una peluca o dejarse llevar por una pregunta. Esta faceta del relato conmueve y me dio a entender la importancia de la plasticidad de los personajes: cómo con un pequeño hecho pueden metamorfosear, sin lugar a duda, la atmósfera de la prosa, las mudanzas de un lugar a otro, de momento, o permitir la transición a lo que sea. Tal vez sea contradictorio a lo planteado anteriormente con relación a la particularidad de la prosa y el estilo pero, sin duda, no colindan en ningún momento y generan algo hermoso, como en toda contradicción.

Para representar su novela, dibujaría un triángulo con un ángulo recto en su lado izquierdo. En función de representar la intensidad del relato. Lo invertiría en un espejo para representar la amistad que fui generando hacia el estilo.

Aclaro, mi experiencia y posterior postura personal ante su novela no es más ni menos que la de un lector común y ordinario, que reconoce sus sensaciones como únicas pero que no están lejanas a la reacción de cualquier lector. Es por esto que hice énfasis en lo que logré sentir pero le pido, amablemente, que no deje de pensarme como un reflejo de sus actuales y futuros lectores.

Finalizo mi devolución, muy contento por usted y por todos nosotros de tenerlo.

Cuente conmigo en caso de necesitar lo que sea, desde una comida hasta una edición.”

Federico Sgró - Penélope de Odisea


Federico Sgró
Penélope de Odisea
Textos Intrusos Editorial

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