Piedra Libre

El cruce epistolar | Con Marcelo Rubio

El género epistolar nunca perdió su magia, pero en medio de una pandemia, se revitaliza como una forma de conversación. Un fugaz encuentro entre escritores sobre cuentistas, la naturaleza y la humanidad.


Por Pablo Pagés.

Lunes 31 de agosto 2020
Islas del Delta, Buenos Aires

Cómo anda usted, Míster Rubio

Primero y ante todo le agradezco por querer comunicarse conmigo. En verdad, siento mucho la necesidad de poder, aunque sea relatar, lo que me sucede cada vez que paso más tiempo en esta isla tan misteriosa y encantadora.

Todo aquí es distinto. El aire, eso, el oxígeno es casi puro. Pienso que esto lleva a que determinadas funciones orgánicas se pongan al día y por eso mismo la cabeza está más fresca y despabilada. Los sentidos se tornan más agudos y uno, sin quererlo, puede resolver problemas que antes le eran imposibles. Esto también se debe a que ya, de forma definitiva, uno hace un mapeo de su entorno con solo mirar y entender que está pasando, sobre todo con el agua y el viento.

Estas dos últimas cuestiones van siempre de la mano. Aunque la rotación de la tierra y su relación con la luna determinen las bajamares y pleamares, un viento sur inesperado puede llevar el agua debajo de tu casa en un par de horas. Verá Marcelo que todo es lectura continua del entorno.

Es muy triste aceptar que en este último año, parece, las cosas han cambiado definitivamente. Por más grande que esté la luna y las pleamares vengan con sorpresas, ya no es un peligro. Es evidente que hay menos caudal de agua. No llueve a menudo, muy poco, apenas unas gotas de vez en cuando. El otro día un vecino tomó unas fotos de un carpincho. Esos animales dependen del agua y de seguro los humedales que están monte adentro se están secando. Ni quiero pensar en un posible foco de incendio en esta primera sección del Delta del Tigre. Porque no sería una cuestión natural catastrófica sino más bien un hecho premeditado. Desconfío de ese paseo en lancha que hizo Macri con Macron por las islas hace un par de años atrás. Los franceses no tienen piedad a la hora de llevar adelante sus negocios y por supuesto, ha quedado más que claro, que este petimetre de Macri tampoco. Esos dos apellidos puestos así suenan como dos antihéroes de algún cómic ochentoso.

Nunca hablamos de nuestros máximos exponentes en nuestra literatura que hayan basado su obra o narraciones en estos lugares. Conti, por supuesto, además era un compañero a quien tanto lamentamos su pérdida por la brutalidad de los militares ejercida en la última dictadura cívico militar. Cuando releo Sudeste entiendo ciertas intenciones narrativas de Conti. Nunca define a sus personajes, ellos se definen por sus acciones en ese bello relato, forman parte de un todo en el que pierden la condición humana y trasgreden ciertos principios básicos de nuestra naturaleza. Los personajes en Sudeste son parte de esa animalidad que no podemos calificar. Esa puta costumbre de andar poniendo todo en extensos libros. Creo que si Shakespeare hubiese podido estar al tanto de esto hay una pregunta que no se la hubiera hecho, ¿ser o no ser?

Hablemos de Quiroga. Se fue Delta arriba. Lejos. Apartado. Metido en el monte. Donde hay víboras que te matan como la de la cruz y las yarará. Arañas de todo tipo. Tuvo que hacerse al medio rápido y dejó espacios para la contemplación de lado. No me importa qué lo llevó a semejante empresa, pero sí me importa su obra literaria. En este caso pareciera que la cuestión narrativa se hiperboliza. En algunos casos sí y en otros no hace falta. Dice lo que puede suceder y con esto es más que suficiente. Mientras el hombre para Conti es una hermosa parte de la naturaleza, en Quiroga ese hombre se defiende, ataca, se sorprende y huye del peligro. Pero también se asombra y entiende sus preguntas.

Definitivamente, el Delta del Tigre es una zona dentro de las islas y los humedales absolutamente tranquila. De hecho, es el delta menos agresivo del planeta. Y el más joven.

Hay cosas que me superan. No entiendo el grado de maldad con que algunos integrantes de este paraíso castigan a sus mascotas. En esta parte del Delta son los hombres los que se animalizan. ¿Raro, no? Se toman mascotas sin tener la capacidad de cuidarlos y un simple castigo al animal puede ser una bestialidad que ponga al bicho al borde de la muerte. Yo creo que un animal doméstico sale más resentido y peligroso después de esto. Pero cómo explicarlo. Somos una especie condenada a la autodestrucción.

Dejemos estas tonalidades pesimistas que acuden a mis pensamientos en los últimos días. Que por favor no perdamos la capacidad de escribir una bitácora objetiva. Si es que esta palabra tiene sentido en estas coordenadas espacio temporales.

Marcelo Rubio, aquí me encuentro por elección y aquí estaré hasta que este ataque contra la humanidad misma se acabe. Parece mentira ¿no? Virus que se activan con virus de una computadora. Hasta hace unos años atrás estas cosas pertenecían a la ciencia ficción pero ahora se encuentran dentro de una secuencia de probabilidades.

Aquí pasa algo que no se ha visto modificado en absoluto. Cuando el sol está por irse y la tarde se dispersa sobre las araucarias con unos rayos tan tibios y naranjas, todas las aves -cuando digo todas, es que son todas- empiezan a cantar en forma descontrolada, como un coro polifónico. Uno va distinguiendo entre las de pantano o zancudas y el resto. Además, los perros también lo hacen. Todos sienten que la noche se aproxima y festejan la eterna oscuridad hablando entre sí, tal vez a kilómetros de distancia. Cae la noche como un manto espeso y definitivo y las ranas empiezan su canto. Es tan lindo dormirse con el canto de las ranas. Por la mañana o al amanecer, mejor dicho, o mucho antes del mismo, las aves zancudas empiezan a gritar. Luego cuando clarea, todos los pájaros y algunos perros. Así, día a día, el tiempo pasa entre las caricias de una naturaleza que por el momento permanece viva.

Marcelo, estoy trabajando unos cuentos. Algunos ya los he corregido con Camilo Sánchez, otros han aparecido hace poco sobre la marcha. En total suman unos veinte. Tal vez cuando esto pase edite dos libros pequeños: uno de cuentos que transcurren en la ciudad y otro en la isla. Creo que esta última opción es la más conveniente.

Bueno Rubio, no pretendo aburrirlo con estas líneas, solo darle un pantallazo de algunas cosas que se me vienen a la cabeza cada vez que intento pensar este lugar tan distinto a la ciudad y tan sano.

Espero que estemos a la altura de cuidarlo cuando las cosas se compliquen por esta sequía indomable.

Paso a comentarle que soy un oyente disciplinado de su programa de radio en AM 530. Hacen un gran trabajo en Kriminal Mambo, y es un lujo la variedad de escritores y escritoras que todos los sábados entrevistan.

Espero con paciencia que esta cuarentena se acabe y comiencen a aplicar la vacuna. He trabajado mucho en mi cabaña y lo espera una invitación a picar algo, viendo la naturaleza, en compañía de unos buenos tintos. Por cierto, soy amante del Malbec.

Abrazo fraterno Marcelo y que la fuerza te acompañe.

Pablo Pagés


3 de septiembre en los suburbios de Buenos Aires

Estimado Licenciado Pablo Pages

Me tome mi tiempo para responder su carta, primero y antes de avanzar en vericuetos que tal vez tengan escasa lucidez, tomo nota sobre el Malbec, y lo visitaré oportunamente con algunas botellas de Aristides, no pudo precisar en este momento la cantidad. Me comenta usted sobre su trabajo literario el cual considero que debe ver la luz en el momento oportuno, recuerde usted que la paciencia es una virtud poco cultivada, y que en estos andares de escritura darles tiempo a las palabras ayuda a mejorar el texto.

Los paseos de esos tirifilos de Mac y Mac (sepa disculpar pero procuro no utilizar improperios que arruinen el buen decir) sin dudas habrá tenido motivos inmobiliarios. Los imagino chamuyando certezas tales como “Mire cuanto árbol innecesario, ideales para talar y armar un buen casino” cosas de ese estilo. Otros temas de charla no tienen esos pelafustanes. Desconocen la importancia de la palabra belleza, suelen usarla en forma desmedida, y tampoco saben mucho de los aromas y las bondades de los cielos abiertos.

Refiere usted, también a grandes escritores y yo me voy a permitir cruzar el charco para traer, si es necesario en el bote de los recuerdos, a Don Juan Carlos Onetti y un taita de eso que nunca arrugó, Felisberto Hernández. El primero porque supo crear una ciudad mezcla de Buenos Aires y Montevideo y le dio vida e historias. El segundo porque desde su prosa desprendida de cualquier lógica, fue capaz de escribir Las Hortensias, allá por los años cuarenta y logró levantar ampollas en los pacatos que, todavía hoy, se empeñan en las comulgaciones.

Ya ve, estos ríos que nos hermanan y separan, han dado al mundo enormes cuentistas, y sin embargo, mi viejo amigo, hoy es más difícil publicar un libro de cuentos que una novela. No quiero ahondar más sobre el tema, pero si de estos pastos han nacido tan buenos narradores ¿por qué empeñarse en volverlos novelistas? Vaya a saber, pero a no decaer, vamos, estamos frente a una gran generación de jóvenes talentosos. Muchas de ellas son escritoras, llenas de grandes historias (cuando digo grandes, me refiero a la calidad de sus prosas). Habremos de disfrutar estos tiempos de literatura vigorosa, amplia y dispuesta a dejar su marca.

La problemática de salud que estos días nos obligan a permanecer aislados comienza a mostrar algunos detalles tal vez interesantes. Esos yankis han armado plataformas para lograr manejar el mundo, y ¿sabe qué? Tal vez el inventito se les vuelva en contra. Porque han comenzado a jugarse otros partidos en las canchas que ellos propusieron, entonces escritores de toda América se reúnen, en diferentes momentos, para dar a conocer sus obras, lecturas de poemas, cuentos, fragmentos de novela que antes jamás hubiésemos conocido. Digo pues, que a estos yankis quizá les salió el disparo para el lado contrario. Sus lugares tecnológicos son usados para compartir vivencias, historias de vida, verdades gritadas en literatura. Gringo, gringuito, que estás no son para hombrecitos prolijos.

No quiero entretenerlo demasiado, usted es un hombre trabajador y mantener la casa en la isla lleva mucho más tiempo que hacerlo en estos palomares que nos empecinamos en llamar ciudades. Así que voy a exigirle algunas cosas, no sé cuán menores, pero ahí van, pues: Termine usted esos libros de cuentos y disfrútelos, leáselos a las estrellas unos y a la luna otros, indistintos, verá que en esa belleza que el mundo planta en las noches, sus cuentos encontraran un camino. A seguir, le exijo que no se me espere solo con una picada, ciertamente que la parrilla que imagino usted atesora, debería ahumar algunas carnes para que el día se haga más largo. A modo de fin lo invito a que se anime a darle vuelo a la imaginación y le regale, a ese río, un puñado de palabras como se merece. Un agua que no se queda quieta invita a la escritura, invita a la palabra para que flote, se mueva y cambie de forma, de fondo, de hondo, de modo, de nodo, de lodo.

Sepa disculpar la torpeza de mi letra y lo poco amable de mi prosa. Espero verlo pronto y darle el abrazo que se merece.

Marcelo Rubio (Impostor)

Atardecer en el Delta
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