Por Walter Córdoba*.
Las organizaciones sociales hace varios años que venimos transitando el camino de la unidad. Construimos la UTEP (Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular) como nuestra herramienta de representación gremial. Elaboramos propuestas para el diseño de políticas públicas y participamos en la redacción de importantes leyes para el sector. Estamos elaborando proyectos en torno al Salario Básico Universal como un piso de derechos ciudadanos.
En el transcurso de esta pandemia demostramos nuestro rol esencial de cuidado en los barrios populares: fuimos el primer sostén del tejido social en los momentos más difíciles, poniendo el cuerpo en la primera fila contra el hambre y el Covid, a través de los comedores, los merenderos, las postas sanitarias, las consejerías de género y los apoyos escolares.
Los movimientos sociales somos fundamentales para la reconstrucción de la nueva Argentina. El camino es el trabajo y la producción.
Para ello, tenemos que dotar de institucionalidad y recursos a todo el universo de la economía que hoy se encuentra en la informalidad.
“A lo largo del tiempo nos han nombrado como cabecitas negras, como desocupados y piqueteros, también nos han tratado de vagos o planeros. Lo cierto es que los movimientos sociales hemos demostrado que somos solidarios y que nos realizamos en comunidad”.
Uno de los puntos de agenda pasa por reconocer y poner en valor el trabajo de los cuidados comunitarios: en la Ciudad logramos la “Ley Bety” que reconoce el trabajo de las promotoras de género comunitarias. Aspiramos a concretar prontamente una Ley de Cuidados Integrales a nivel nacional.
Tenemos el desafío de poder integrar la economía y el trabajo. Vemos en el desarrollo de la economía social y popular una alternativa ante el neoliberalismo. Se trata de una propuesta hacia otro mundo posible.
Hubo un tiempo que fue hermoso, donde los más humildes podían soñar para sus hijos un futuro mejor que el que ellos habían conocido. Los “cabecitas negras” copaban la Plaza de Mayo y sus identidades eran reconocidas y puestas en valor por un gobierno que los miraba a la cara y los convocaba como sujetos políticos para defender los intereses argentinos.
Eran tiempos de conquistas de derechos para la felicidad del pueblo. Fueron tiempos que, con sus aciertos y errores, marcaron la historia del movimiento obrero organizado y la memoria de justicia social en nuestro país.
Siguieron, como sabemos, los bombardeos, la proscripción, las balas y la resistencia.
Desde entonces, a lo largo de las décadas, hemos estado tironeados en la confrontación de dos modelos de país: uno soberano en lo económico, cultural y político frente a otro dependiente, violentado y fragmentado.
Este pueblo le dijo Nunca Más al terrorismo de Estado en los años ’80. Sin embargo, nos ha costado mucho más tiempo comprender sus consecuencias económicas y sociales: la instalación del neoliberalismo comenzó en los años ’70, pero se completó en todas sus dimensiones en la década del ’90.
Las reformas neoliberales del Estado y la sociedad lograron quitarle a una gran parte de las familias trabajadoras sus derechos sociales y ciudadanos.
A la par que se privatizaban las empresas del Estado y se cerraban las fábricas, crecían los índices de desocupación y pobreza. El mercado se ponía en el centro y pretendía descartar a millones de argentinos, a través de los valores que fomentaban el sálvese quien pueda, la competencia, el consumo y la disgregación social.
Una vez más en nuestra historia, de la periferia al centro y de abajo hacia arriba, la dignidad del pueblo se expresó combativa y se organizó en la resistencia: nacieron los piqueteros, con las mujeres como grandes protagonistas, en los cortes, en los comedores, en los trueques y en las ollas populares. Las organizaciones sociales hemos crecido mucho desde entonces.
Crecimos en número, pero fundamentalmente ganamos en experiencia de autogestión comunitaria. Comenzamos a estar presentes donde el Estado no llegaba. Ensamblamos de forma creativa saberes y experiencias colectivas para dar respuesta a los problemas que se nos presentaban en los territorios. Multiplicamos las redes de cuidados y las cooperativas de trabajo.
Como contracara, el macrismo con su versión neoliberal nuevamente instaló el hambre en la Argentina. El daño que nos hizo fue muy grande y lo estamos pagando, en los barrios sabemos de qué se trata.
Debemos pronunciarlo bien fuerte y claro: Neoliberalismo Nunca Más en la Argentina.
Con la unidad del Frente de Todos logramos recuperar el gobierno para el pueblo, sin embargo, las heridas y la deuda que nos dejaron se expusieron en carne viva durante esta pandemia.
A lo largo del tiempo nos han nombrado como cabecitas negras, como desocupados y piqueteros, también nos han tratado de vagos o planeros. Lo cierto es que los movimientos sociales hemos demostrado que somos solidarios y que nos realizamos en comunidad.
Somos el subsuelo de la patria que se subleva en la resistencia y se organiza en la dignidad del trabajo.
Somos trabajadores que buscamos un futuro mejor para nuestros hijos y que en esta nueva etapa vamos por la conquista de nuevos derechos para los trabajadores y las trabajadoras de la economía popular, porque queremos un horizonte de paz, justicia y bienestar para nuestra patria.
* Walter Córdoba es coordinador de Somos Barrios de Pie CABA, Consejero de políticas y economía social del CESBA (Consejo Económico y Social de la Ciudad de Bs. As.), Secretario de Bienestar social de la UTEP (Unión de Trabajadores de la Economía Popular) y miembro del consejo consultivo (INAES).