Literaturas

Emmanuel Taub: “El lenguaje poético es un lenguaje terrorista, contra-filosófico, porque busca el sentir por sobre el decir”

Doctor en Ciencias Sociales e investigador del CONICET, Emmanuel Taub es autor de varios libros de teología política. Este año publicó La palabra y la errancia. Para una filosofía de la in-existencia.


Por Alan Ojeda.

Docente, investigador, poeta y especialista en misticismo judío, Emmanuel Taub publicó un nuevo libro que escapa a la categorización. Ni texto de divulgación ni monografía académica, La palabra y la errancia se desarrolla a caballo entre la indagación filosófica y la exploración poética, haciendo equilibrio sobre la fina línea que divide esos discursos del abismo de lo innombrable, lo indeterminable, lo absoluto. Fiel al eje central del libro (la relación entre texto, lenguaje, interpretación y errancia en la cultura judía), el libro no busca hacer pie, no busca afirmar ni determinar una realidad con sentencias unánimes. Hay un proceso de pensamiento, de escribir en la paradoja, de someter el lenguaje a las torsiones del sentido que implica la experiencia límite, que recuerda a los fragmentos de los poetas románticos como Novalis, aquellos que encontraron en la poesía la herramienta suprema del pensamiento y la intuición.

Anteriormente publicaste Mesianismo y redención por Miño y Dávila, y co-editaste un libro sobre pensamiento judío contemporáneo, entre otras cosas. La palabra y la errancia, a diferencia de los anteriores, pareciera estar menos enfocado en eso que en la academia se llama “divulgación” o, incluso, de la escritura más “monográfica” de las producciones científicas. Optaste deliberadamente por un lenguaje más hermético ¿Qué te impulsó a hacerlo? ¿Cuál es el público para este libro?

La palabra y la errancia es un libro para leer, no para entender. Eso ante todo. Este es un libro sobre Dios, la escritura y la errancia. Es un libro filosófico que toma el lenguaje poético para atentar contra la filosofía. Eso es lo que llamo terrorismo filosófico y es el contexto general o el marco en donde hoy en día, desde este libro, se sostiene toda la obra por venir. Terrorismo filosófico es pensar contra toda forma de poder y pensar contra uno mismo: pensar contra la Idea, pensar contra los totalitarismos filosóficos y académicos. Es un pensar fragmentado, es un pensar inútil; es un pensar incómodo e incomodarse. El terrorismo filosófico no tiene suelo firme, se piensa sobre arenas movedizas, sobre el desierto, que es el comienzo y el final. El terrorismo filosófico no niega la muerte, la vuelve cuerpo, nuestro cuerpo, la mira de frente: mira cara a cara el vacío sin darle la espalda y teme el salto al vacío pero está fascinado con dar el paso en falso y caer. El terrorismo filosófico camina junto al abismo, mirando de reojo la tierra firme y mirando de reojo, también, la muerte y la incertidumbre. Es una bomba de tiempo desde el interior de la filosofía que busca estallarla por el aire y estallarme con ella. El terrorismo filosófico es nocturno, habita en la oscuridad de lo borroso, entre las sombras que confunden las formas y las ideas, en el misterio de la imposibilidad de las certezas. El terrorismo filosófico no cree en la verdad, solo busca destruir cualquier pensamiento que se declare verdadero.

En este sentido de “obra” considero que La palabra… es mi primer libro. Todo lo que he escrito anteriormente fueron los prolegómenos para llegar a este nuevo punto de partida que está constituido por mi Trilogía judía: La palabra y la errancia; El libro de los ángeles y El libro sobre Job. Entre cada uno de los libros hay un pequeño libro, el primero de ellos que ya entregué en la editorial se llama Escritura, naturaleza y mística. Variaciones para una onto-terapéutica judía. Finalmente, luego de la Trilogía y los dos libros pequeños, me dedicaré a escribir El libro de los árboles; luego, no volveré a escribir.

La palabra y la errancia al mismo tiempo es un libro que tuvo casi siete años de escritura y trabajo: siete años para encontrar una escritura propia y salirme de La modernidad atravesada (2008) y Mesianismo y redención (2013) que fueron libros, que amo, pero que surgieron de trabajos académicos y mantuvieron ese estilo. La palabra… en cambio, es un libro en donde cada párrafo es lo que quiero decir, y por ello está escrito en parágrafos y puntos aparte, en el punto y coma, y en la literatura marginal. Hay dos libros, uno en mi texto y otro en las notas al pie en donde solo aparece la cita de un pensador con el que estoy dialogando o el que se contrapone mis palabras.

Hay un par de figuras que atraviesan todo el libro: el errante, el judío, el extranjero. ¿Es posible devenir judío? Digo, no “convertirse” en términos estrictos, sino entrar esos puntos de la familiaridad de alguna forma, en la praxis cotidiana.

Entiendo que no hay un solo judaísmo, hay judaísmos, y ante todo, eso que llamamos judaísmo son tradiciones interpretativas. ¿De qué? De una revelación divina devenida en textualidad que llamamos Torá. De ahí surge la narrativa bíblica, la narrativa rabínica, la narrativa mística y la filosófica. Todas conforman la caja de herramientas de mi pensamiento, o del pensamiento judío. Soy judío y es lo único que me da algún tipo de identidad y desde ahí pienso el mundo y los problemas sociales, políticos y, especialmente, filosóficos. En ese sentido ser judío es ser cada día, ser-en-el-mundo. Por lo que al escribir sobre la errancia, la extranjería o el judío (también el marrano para Derrida o el refugiado para Arendt) estoy escribiendo sobre mí mismo y sobre la condición de judeidad.

Frente a esta errancia, a esta experiencia de la indeterminación, de la búsqueda continua. ¿Qué papel pensás que ocupa la llamada “filosofía continental”? ¿Hay autores no judíos que tengan ese vínculo con el trabajo hermenéutico y la escritura?

La “filosofía occidental” como escribe Franz Rosenzweig en su Estrella de la redención, entiende que el gran problema es la incertidumbre, el motor de la existencia: la incertidumbre de sabernos que vivimos para la muerte, que la muerte determina nuestra vida y le da, o no, contenido a lo que llamamos existencia. En ese sentido, de esta filosofía solo siento cercanía con el existencialismo, ya que entendió que a la muerte hay que mirarla de frente y escribir, pensar y vivir sin darle vuelta la cara. El resto de la filosofía es una ficción que trata a la muerte (o al final de la existencia material; o a la inutilidad humana en el mundo) con tanto temor que construye pensamiento dándole vuelta la cara. Debemos vivir sabiendo que no somos nada más que lo que somos, y no dejaremos nada más de lo que hagamos, así le damos grosor a la existencia, que en sí es trágica: porque no elegimos nacer, nos arrojan a la vida sin haberlo decidido.

Mi pensamiento, y La palabra y la errancia, tiene el espíritu de varios maestros que lo sobrevuelan: el del pensamiento judío inaugurado por Franz Rosenzweig y Martin Buber, rompiendo con éste la tradición de la filosofía judía y el pensamiento docente, literario y filosófico de George Steiner. Con Rosenzweig y Buber encuentro el lugar del pensar judío, que no es un pensamiento sobre lo judío, sino que lo judío es mi ser-en-el-mundo y desde allí pienso el mundo y la tragedia de la existencia. Desde Steiner aprendí que si uno quiere transmitir tiene que ser docente ante todo, y que el buen maestro es el que entiende que la única tarea que tenemos es ayudar a pensar críticamente, por uno mismo y no quemarle la cabeza al otrx. En ese sentido Buber dijo, cuando le preguntaron qué era construir saber, que lo único que él podía hacer es acompañar a un estudiante a una ventana, abrirla, señalar un camino y comenzar un diálogo. De eso se trata este libro, de comenzar diálogos con el texto, con mí mismo y especialmente con el otrx, con la diferencia y desde la diferencia.

“Entiendo que no hay un solo judaísmo, hay judaísmos, y ante todo, eso que llamamos judaísmo son tradiciones interpretativas. ¿De qué? De una revelación divina devenida en textualidad que llamamos Torá. De ahí surge la narrativa bíblica, la narrativa rabínica, la narrativa mística y la filosófica. Todas conforman la caja de herramientas de mi pensamiento, o del pensamiento judío”.


En una parte del texto decís: “El tiempo de la errancia está hundido en su relación con el lenguaje del mundo pero con la mirada puesta en el lenguaje de la in-existencia”. Al leer ese fragmento se me vino a la cabeza unos versos que creo que vos también recordarás: “explicar con palabras de este mundo, que partió de mí un barco llevándome”. La poesía y el lenguaje poético también son objetos de reflexión predilecta en el libro. ¿Cómo fue el recorrido por el camino hacia este uso de la lengua poética con la que escribiste el libro?

El lenguaje poético es el lenguaje del libro. El lenguaje poético es un lenguaje terrorista, contra-filosófico: porque busca el sentir por sobre el decir, anula el decir, no le interesa el qué es, el qué significa, el cómo. El lenguaje poético busca traducir el silencio divino en palabra, la belleza que habita en el silencio. Y sin embargo, también fracasa, porque nada de lo divino puede decirse en nuestro lenguaje humano; sin embargo, el fracaso poético es el que me permite traducir humanamente algo de aquel lenguaje de la in-existencia.

Al pensar en la figura del errante, de la falta de certeza, de la exégesis continua, del comentario, resulta imposible no pensar en Borges, que en su texto “Yo judío” explicitó ese deseo de “devenir judío”, de encontrar una familiaridad oculta: “Doscientos años y no doy con el israelita, doscientos años y el antepasado me elude”. ¿Cuál es tu relación con la obra de Borges? ¿Considerás que su obra es una forma de errancia?

Hace algunos años escribí un poema llamado “Borges me cagó la vida”, es inédito (no ha sido publicado aún en ninguno de mis libros de poesía, creo que define muy bien mi relación con el poeta-bibliotecario:

Borges me cagó la vida

Borges me cagó la vida
Borges, si
el ciego
el erudito
el que nunca salió
de su biblioteca
Borges,
la biblioteca misma
el que nos habló
con voz
universal
el que escribió con sus
miles de voces
el que dijo
todo
como la Biblia
o
el diccionario.
Si, Borges
Borges me cagó la vida
Borges Larousse
Borges Salvat
el pequeño Borges ilustrado
Borges,
ese
me cagó la vida
Borges
porque la primera vez
que quise leer a Borges
me perdí
el Aleph era un libro en chino:
Borges el chino
Borges el que no podía leer
Borges el que escribía en otro idioma
chino,
parecía chino.
y entonces quise
leerlo en inglés
para probar
y fue
peor
Borges mejoraba
o yo
era
más estúpido
más tonto
más Gólem
(porque digámoslo de paso
Gólem también
es tonto).
Ningún idioma me dejaba leer a Borges
y Borges se alejaba
como el río de Heráclito
que a mí me mojó
una sola vez.
Volvía a Borges
a Borges el que escribía
en mi idioma ilegible
y no era él
era yo
no sos vos soy yo le decía
a Borges
pero nada,
no pasaba nada.
Borges el chino
Borges en chino
Borges el que me cagó la vida.
Entonces
dejé a Borges
dejé que el tiempo
pase y que
Borges envejezca
y yo también
y Borges nunca se hizo
viejo
porque siempre
fue viejo
(“Borges nunca fue bebé” dicen)
y yo me hice más viejo
y menos Borges
y Borges seguía ahí
y entonces
agarré su poesía
y su poesía
se parecía a mi poesía y
a la poesía
de los poetas que amaba
pero esos poetas no amaban a Borges
odiaban a Borges como yo
odiaban a Borges porque él
ya lo había escrito todo
y entonces
un día Borges
que seguía siendo un hombre viejo
y yo también
y entonces un día
entendí algo de Borges
ese que me cagó la vida
entendí que nunca
sería Borges
entendí
que el poema
es poema
más allá de mí
y de Borges
y de la lengua:
el poema es
poema
fue y será
poema.
Y no me lo dijo Borges
pero Borges
me lo enseñó
que el poema
siempre
seguirá ahí
a pesar
del tiempo
del poeta
a pesar de nosotros
simples mortales
que odiamos
a
Borges.

Anverso y reverso de la misma moneda, al leer sobre poesía, ser y pensamiento, resulta imposible no referir a esa gran figura de la filosofía occidental, Meister aus Deutschland, Martin Heidegger. Es decir, de alguna manera tu libro también se encarga de la pregunta “¿Para qué poetas?” ¿Cuál es tu relación con el pensamiento de Heidegger?

Heidegger fue y será uno de mis maestros, de las voces fantasmales con las que dialogo. Entré a la filosofía por Heidegger; ni Platón, ni Hegel, ni Kant, ni Nietzsche: mi primera lectura fue su obra, todo lo que pude leer del viejo maestro alemán. Y una anécdota resume mi relación con Heidegger: tenía 21 años, estaba enfrascado y loopeando con Sein und Zeit y charlando en el estudio de Hugo Mujica se lo conté. Me dijo: “no te quedes paralizado en una palabra o un parágrafo, seguí leyendo, léelo poéticamente, que algo te va a quedar”. Así lo hice y así lo recomiendo, leer poéticamente la filosofía, y las palabras, las ideas, los conceptos se van quedando como estalactitas que se constituyen como tu propio pensar.

¿Qué poetas de origen judío recomendarías para introducirse en la experiencia de la errancia?

Más que poetas recomendaría escritores-poetas: Paul Celan, Edmond Jabès, Alejandra Pizarnik, Jacobo Fijman, Joseph Roth, Imre Kertész y Erri de Luca.



Emmanuel Taub
La palabra y la errancia. Para una filosofía de la in-existencia
Paidós / Planeta
2021

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