Por Alan Ojeda.
Hay una hoguera, sí. Hay formas de microfascismos utilizadas por igual en la derecha y en la izquierda: la cancelación y el escrache. Es decir, de una forma u otra, la negación indiscriminada de la otredad, de lo potencialmente conflictivo para determinado núcleo de iluminados que llevan en su mano el libro de la moral bienpensante (aunque digan lo contrario). Negación, sobre todo, del debate, el intercambio, el diálogo, formas asociadas a lo que, podríamos considerar, constituye la base implícita de las instituciones democráticas que rigen nuestra vida cotidiana.
Ahora, ¿qué pasa con la educación? Hace un tiempo que la educación está en el foco mediático y, también, de algunos vigilantes de la moral (la que sea). Sobre todo de la derecha y de los que no se dicen de derecha pero adhieren de hecho en sus formas de manifestación de la persecución y la censura. Los medios dicen que la virtualidad permitió vigilar a lxs docentes durante su práctica, controlar qué es lo que enseñan, qué dicen y cómo lo dicen. No me refiero particularmente a la señora, posiblemente rozando el límite de la estabilidad psíquica -como muchxs docentes que ya están por jubilarse- que le gritó a un alumno. Eso es condenable, pero puede solucionarse por las vías institucionales. Me refiero a un nivel de control discursivo que, como la inquisición, no busca el “pecado” sino la sospecha de una intención “pecaminosa” o “maliciosa”. Es una forma de condena que hace uso de una hermenéutica veloz y condenatoria: “Si vos dijiste A, y yo no estoy de acuerdo con A, estás adoctrinando”. No importa el contexto, no importa el discurso total, no importa cuál es la realidad del diálogo con los alumnos. Es decir, hay un “MAL-EN-SI”, algo esencialmente condenable. Paso a explicar mejor.
Recientemente, un compañero y yo recibimos un escrache por parte de una cuenta anónima de Twitter. Primero fue la amenaza de difundir contenido porque yo hablaba de peronismo, neoliberalismo y aborto en clase – ¡qué calamidad! -. Luego el contenido fue difundido. La cuenta cortaba un fragmento de una clase en la que yo afirmaba que me apenaba la militancia de los jóvenes en la UCEDE, y que dos de los representantes de los nuevos movimientos “liberales-conservadores” (si es que eso existe, si es posible que el capitalismo revolucione métodos de producción sin modificar sustancialmente el total de las relaciones sociales y la forma en la que experimentamos la vida en su conjunto) parecen personas tristes, que necesitan un abrazo, que les faltó cariño. Ese video fue subido a YouTube y retuiteado por otro influencer conservador (no diré su nombre para no favorecer su algoritmo en internet) que acompañó el posteo con un mensaje: “Apareció otro sorete bajando línea en las aulas: Vamos a buscar hasta la dirección en donde vive. Este no jode más”. Es decir, una amenaza hecha y derecha. Gracias a un poco de perspicacia y contra-inteligencia, sobre todo de alumnxs egresados que se preocuparon por mí y por mi compañero, se logró obtener un par de nombres de alumnos sospechosos que, como son menores de edad, derivarán la responsabilidad a sus padres. El post original de la cuenta anónima de Twitter arrobó a varios de los influencers y representantes políticos de la nueva derecha en búsqueda de una viralización a gran escala. Ambos, mi compañero y yo, éramos acusados de adoctrinamiento, de zurdos, de cagarle la cabeza a los pibes. Sí, una denuncia que no se realizó en la escuela cuando, por ejemplo, algunos docentes en contra del aborto les decían a los pibes (que sí estaban a favor) que estaban equivocados -desde una perspectiva abiertamente religiosa-; denuncia que no se hizo cuando un docente dijo que la transexualidad era similar a un trastorno alimenticio; denuncia que no se hace nunca cuando, año a año, la institución no realiza ninguna actividad sobre el 24 de marzo – teniendo ex alumnos desaparecidos – ni sobre la Noche de los Lápices; denuncia que no se hizo nunca cuando, año a año tras la sanción de la ESI, los pibes se vieron privados sistemáticamente de un acceso pleno al derecho que les corresponde por Ley a causa del pudor institucional, por miedo a incomodar a los padres con el aprendizaje sobre sexualidades diversas, abuso, identidad, cuerpos no hegemónicos o violencia. La pregunta es ¿por qué? ¿Por qué eso no es denunciado, pero hablar de política en el aula sí? ¿Por qué someter las ideas a discusión, confiando en la inteligencia de los alumnxs, respetando sus intereses, sus inquietudes y opinando, sin ocultarlo, desde una posición enteramente subjetiva, sin ninguna intención de imposición, es adoctrinamiento? La respuesta es sencilla: no importa lo que diga el gobierno de Alberto Fernández, no importa lo que diga Cristina, no importa lo que digan los ministros de Educación que fracasaron uno tras otro en la construcción de un verdadero sistema de educación público, justo e igualitario, el problema es que en los años de bonanza en la adquisición de derechos no se pudo cambiar el status quo en el sistema educativo. El Estado muestra debilidad ahí donde debería mostrar fortaleza. Donde el deber es formar ciudadanos, el Estado deja el ejercicio de la Ley, en gran parte del sistema educativo -que es privado- al arbitrio de tal o cual autoridad y su postura ideológica. No importa si tenemos alumnxs trans, gays, lesbianas, chicxs abusadxs, familias violentas, un director o un docente pueden decidir obviar el tema para “evitar el escándalo”. Es decir: hacer cumplir derechos tan básicos aún es un escándalo. Esa debilidad del Estado deja a lxs docentes a la intemperie. “En bolas”, para decirlo en criollo. Sí, hay instituciones educativas que no tienen problemas en hacer cumplir la Ley, algunas estatales -no sin resistencia, en muchos casos-, y las que corresponden a la elite progresista, como las dependientes de la UBA y algunas privadas a las que asisten los hijxs de lxs ministrxs. Es decir, derechos y ley para los que pueden pagarlo o acceder a las instituciones de elite, el resto vemos. Si te tocó caer en una escuela subvencionada, si esa escuela además es confesional, con suerte vas a recibir “Educación para el amor”, algo permitido por el Estado en la libertad que ofrece para encarar la ESI, porque la Iglesia aún tiene poder.
“Esa es la verdadera libertad, la que produce autonomía. Ni miedo, ni dependencia. Esa libertad es producto del conocimiento que fue impartido con cariño. Nada hace a un individuo tan libre como haberse sentido querido y respetado. Nadie puede construir una libertad verdadera desde el puro resentimiento. No lo digo yo, lo dice Hegel”.
Digo, pienso, reflexiono en voz alta ¿Qué adoctrinamiento “zurdo” o “progresista” es posible denunciar en un contexto educativo en el que hacer cumplir la Ley parece más una excepción que un hecho? Lo digo hablando desde CABA, la ciudad de las cervecerías artesanales, la importación masiva de paltas, la indignación progresista bienpensante vía redes sociales y donde, sin embargo, el pensamiento no-progresista triunfó por amplia mayoría. No quiero imaginar qué es lo que pasa en Santiago del Estero, Formosa, Tucumán, Jujuy, Chaco y Salta, por ejemplo, donde la Iglesia posee la mano de hierro sobre casi todas las decisiones. Queremos una educación escandinava o alemana con presupuestos del 3er mundo, pero, sobre todo, con la perspectiva ideológica de la Inquisición. En Islandia, Noruega o Alemania los jóvenes saben, de manos de las instituciones y el Estado, lo necesario sobre sexualidad y drogas, para cuidarlos, para que tengan información científica y comprobada, por una razón principal: porque así se construyen ciudadanos responsables de sí mismos, útiles para que un Estado funcione y la sociedad progrese.
Esa es la verdadera libertad, la que produce autonomía. Ni miedo, ni dependencia. Esa libertad es producto del conocimiento que fue impartido con cariño. Nada hace a un individuo tan libre como haberse sentido querido y respetado. Nadie puede construir una libertad verdadera desde el puro resentimiento. No lo digo yo, lo dice Hegel. La dialéctica del amo y el esclavo no produce libertad. El resentido, el marginado y sin amor, encuentra en la violencia y en el odio el motor de su pequeña historia. Busca dominar. Es esclavo del poder que desea tener sobre otros.
Voy a decir que es gracioso (porque el humor es lo último que se pierde) pero cómo vamos a hablar solo del contenido de nuestra materia cuando nuestrxs alumnxs nos cuentan sus problemas psiquiátricos, cuando se contactan con nosotros en búsqueda de apoyo cuando están al borde del colapso, cuando la familia no lxs escucha, cuando las autoridades no lxs escuchan, cuando el sistema tiende al silencio y al ocultamiento. Los que resistimos nos mantenemos humanos y falibles, cercanos en el corazón y en el oído. También buscamos mostrarnos auténticos, sin mentiras, con transparencia. No mostramos nada con lo que no estemos comprometidos, les entregamos nuestra pasión, hacemos visibles nuestras creencias, los límites de nuestro propio pensamiento, los prejuicios que podemos tener pero deseamos que ellos nos cambien. Esa es la razón, creo, permítanme si soy muy pagado de mí mismo, por la que varios egresados, más allá de la ideología política que profesan, se acercaron a tender la mano cuando vieron la denuncia. Voy a ser cursi: el amor y las ideas son dos cosas que al darlas siempre se multiplican en vez de fragmentarse.
“Frente a los que nos quieren dóciles o destruidos moral, psicológica y físicamente -o todo junto-; frente a los que nos abandonan a nuestra buena suerte y después se sorprenden si no les lamemos la mano; frente a todo eso, amor y comunidad. De lo contrario, regalaremos cualquier conquista a lxs conservadores y progresistas de cartón, a los que desean de la educación algo no muy distinto de lo que deseó la dictadura: un pensamiento aséptico”.
No digo que esta sea la realidad de todos lxs docentes. Conozco muchxs que van a cumplir una función. Se sientan, exponen, evalúan y se van. También prefieren que no se hable de política, que no haya ningún vínculo demasiado potente, demasiado intenso, que lxs ate demasiado. No los culpo. Muchos tienen múltiples trabajos, cientos de alumnos, deben pagar el alquiler, la tarjeta, la comida, los servicios, la educación de sus hijxs y, si llegan a profundizar mucho con los problemas de sus alumnos, son pasibles de ser reprendidos e injuriados. Es decir, no son los alumnos los adoctrinados realmente en todo esto, sino lxs docentes que, poco a poco, esclavos de la “vida mula”, de tener que pagar con el cuerpo lo que compraron con la tarjeta, de haber hipotecado todo rastro de líbido para flotar débilmente por encima de la línea de la muerte económica, desamparados por el sistema legal, son obligados a ser sumisos. No todos, vuelvo aclarar. Algunos son convencidos de las ideas de derecha, niegan los desaparecidos, bancan la represión, la explotación y el punitivismo. Hay docentes que son la voz del patrón en el aula, de una hegemonía que se construyó en la dictadura, que atravesó los cuerpos y generó docentes dóciles. Otros solo están demasiado cansados para pelear. Algunos, como mis compañerxs, lxs que aprecio profundamente por su compromiso, luchan en múltiples frentes al mismo tiempo: contra padres, autoridades, contra la anomia, contra la injusticia, contra el desamparo económico y deseando no agotarse, no derechizarse afectivamente. Buscan preservar el amor hasta el final. Evitan caer en el “Ya fue, que se caguen. No me pagan para todo esto”.
Para volver al hilo, voy a ser más axiomático: solo gente libre puede enseñar la libertad, solo es libre la persona que puede gestionar a través del amor porque no es esclava del resentimiento, solo una potencia vital excesiva -¿nietzscheana?- nos hace posible el amor fati hasta las últimas consecuencias. Un amigo, también docente, publicó en su muro un fragmento de La Gaya Ciencia que lo dice explícitamente: “Cada vez más quiero aprender a ver como bello aquello que es necesario en las cosas – así me volveré uno de aquellos que hacen cosas bellas. Amor fati [amor del destino]: sea éste futuramente ¡mi amor! No quiero hacer guerra a lo que es feo. No quiero acusar, no quiero ni siquiera acusar a los acusadores. ¡Que mi única negación sea desviar la mirada! Es, todo sumado y en conjunto: ¡quiero ser, algún día, apenas alguien que dice Sí!”. Perdón si soy autorreferencial, pero ya que estoy usando la primera persona, no voy a negarla ahora: de todo lo que aprendí en mi primaria y secundaria, lo que me sacó de la indiferencia absoluta, fue el amor de mis docentes; aprendí y crecí con las parejas a las que también amé y nos unió, entre otras cosas, el amor a una disciplina; aprendí, aprendo y construyo proyectos con gente a la que nos une el amor (más que el odio o el espanto) de aprender y construir en conjunto. Y sí, nunca fui adoctrinado ni adoctrinador, porque el que ama, y espero que respeten este último giro cursi, no ejerce el poder ni domina, solo conoce la fuerza suave del cariño. Así como Novalis decía que “Dios quiere dioses”, yo, como persona libre y amada, quiero gente libre y amada. ¿No es eso lo que desea, en el fondo, cualquier docente que se precie de serlo?
Volvamos al comienzo. Este discurso puede ser muy lindo, pero lxs docentes estamos en la intemperie, a merced del fascismo explícito de la derecha y a la moral del progresismo timorato que juzga lo que desconoce por miedo (¿a sí mismos?), con una agenda de prioridades que desconoce la realidad, pero ama establecer jerarquías para asegurar una superioridad sobre aquellos que no son tan progresistas ni políticamente correctos. Nos denuncian como adoctrinadores en la secundaria, mientras en la universidad los alumnos discuten si un texto de Osvaldo Lamborghini debería llevar una etiqueta de advertencia para los estudiantes sensibles. Estamos en bolas, económicamente, políticamente. Nos tenemos, en el mejor de los casos, unxs a otrxs. Somos pequeñas jaurías. Supongo que también fuimos criados por lobos, por pequeñas jaurías-docentes, que aprendimos de la lógica de manada que otrxs docentes supieron construir para sobrevivir en la intemperie.
Voy a afirmarlo nuevamente, por si no se entendió: el amor y la comunidad como forma de rebeldía. Frente a los que nos quieren dóciles o destruidos moral, psicológica y físicamente -o todo junto-; frente a los que nos abandonan a nuestra buena suerte y después se sorprenden si no les lamemos la mano; frente a todo eso, amor y comunidad. De lo contrario, regalaremos cualquier conquista a lxs conservadores y progresistas de cartón, a los que desean de la educación algo no muy distinto de lo que deseó la dictadura: un pensamiento aséptico. Similar a lo que pasaba en la universidad cuando, durante la dictadura, en Letras la única teoría literaria era el estructuralismo, que parecía lo más objetivo, limpio y desideologizado que se podía enseñar. No quieren docentes, quieren “implementadores”. No quieren docentes, quieren “técnicos de la educación”. Quieren que el sabor de la ideología que conquista con sangre y fuego nos parezca tan insípida y natural como el agua. Quieren docentes que no sean libres ni individuos, a menos que esas palabras representen lo que ellos quieran que representen.
Quisiera decir que hay Estado, que el Estado nos cuida, no paternalmente sino haciendo cumplir lo que corresponde. Pero no. Somos descartables. Nadie nos cuida. Estamos solos y afuera hay una tormenta. Algunos giramos la cabeza a diestra y siniestra buscando una mirada cómplice, alguien para conspirar (respirar juntos), tramar entre pocos una red, un abrigo y ser, si es posible, un hogar para otros.