Piedra Libre

Adelanto | La fantasía de la historia feminista de Joan Scott

Magdalena desvanecida, de Artemisia Gentilleschi

Editado originariamente en el año 2011, Omnívora Editora publica por primera vez en español el libro de ensayos de la historiadora estadounidense Joan Scott.


Portada: Magdalena desvanecida, de Artemisia Gentilleschi

En este libro, a partir de la incorporación de la teoría psicoanalítica, Joan Scott desarrolla una conceptualización del género en términos de un enigma o dilema permanente, que varía dependiendo del contexto político y cultural. Cuestionando los parámetros tradicionales de la historiografía y de la política feminista, la autora enarbola a la fantasía como un concepto útil y necesario para el análisis histórico feminista.

A modo de adelanto, compartimos tres fragmentos de esta novedad de Omnívora Editora.

Revista ruda

La fantasía de la historia feminista

La teoría psicoanalítica no ofrece una forma de causalidad como sustituto para la construcción cultural, al menos no en el modo en que quiero usarla. En lugar de ello, permite reformular muchas de mis antiguas preguntas sobre el género y habilita nuevos modos de pensarlas. Este nuevo enfoque toma al género como la historia de las articulaciones de la distinción masculino/femenino, hombre/mujer, ya sea en términos de cuerpos, roles o rasgos psicológicos. No asume la existencia previa de tal distinción, sino que más bien examina la complicada, contradictoria y ambivalente manera en que ha emergido en diferentes discursos sociales y políticos. Tampoco supone que los discursos normativos determinan el modo a través del cual los sujetos se identifican a sí mismos. La fantasía altera este tipo de correlaciones, negando la certeza de las categorías disciplinadas de la historia. En su lugar, lo que hay es la elusiva búsqueda del lenguaje, no solo como la expresión consciente de ideas, sino como la revelación de procesos inconscientes. Tenemos que preguntarnos cómo, bajo qué condiciones y con qué fantasías se articulan y reconocen las identidades de hombres y mujeres consideradas como evidentes por tantxs historiadorxs. Entonces las categorías ya no precederán al análisis, sino que emergerán en su curso. Certeau lo dice de este modo: “la historia puede ser interpretada como el gesto de un nuevo comienzo. Al menos eso es lo que muestra la forma de historia que ya está constituida por la praxis freudiana. En última instancia, localiza su verdadero significado no en las elucidaciones con las que reemplaza representaciones anteriores, sino en el siempre inacabado acto de elucidación”. Finalmente, tomo del psicoanálisis el énfasis en lo desconocido y su búsqueda interminable. Uno de los aspectos más atractivos de esta clase de pensamiento es la desestabilización de las certezas y el cuestionamiento, en última instancia, de nuestra capacidad de conocer.

La fantasía

“Eco de fantasía” tiene una resonancia maravillosamente compleja. Dependiendo de si las palabras se toman ambas como sustantivos o como un adjetivo y un sustantivo, el término significa la repetición de algo imaginado o una repetición imaginada. En cualquier caso, la repetición no es exacta, ya que el eco es un retorno imperfecto del sonido. La fantasía, como sustantivo o adjetivo, refiere a juegos creativos de la mente, no siempre racionales. Para pensar el problema de la identificación retrospectiva puede que no importe cuál sea el sustantivo y cuál el adjetivo. Después de todo, las identificaciones retrospectivas son repeticiones imaginadas y repeticiones de semejanzas imaginadas. El eco es una fantasía,la fantasía es un eco; los dos están inextricablemente entrelazados. ¿Qué podría significar caracterizar las operaciones de identificación retrospectiva como un eco fantaseado o como una fantasía que resuena como un eco? Podría significar simplemente que tal identificación es establecida mediante el hallazgo de semejanzas entre actores del presente y del pasado. No escasean los trabajos sobre historia escritos en estos términos: la historia como el resultado de una identificación empática hecha posible por la existencia de características humanas universales o, en algunos casos, por un conjunto trascendente de rasgos y experiencias pertenecientes a mujeres, trabajadores o miembros de comunidades religiosas o étnicas. Bajo esta perspectiva, la fantasía es el medio por el cual se descubren y/o forjan las relaciones reales de identidad entre el pasado y el presente. La fantasía es prácticamente sinónimo de imaginación, y se la considera como estando sujeta a control racional e intencional; uno dirige intencionalmente su propia imaginación para lograr un objetivo coherente, el de incluirse a uno mismo o a su grupo en la historia, el de escribir la historia de individuos y grupos. Para mis propósitos, los límites de este abordaje se hallan en que asume exactamente la continuidad –es decir, la naturaleza esencialista– de la identidad que pretendo cuestionar. Por esta razón me he volcado a ciertos escritos, basados en el psicoanálisis, donde la fantasía se aborda en sus dimensiones inconscientes (…). Las fantasías primarias de la diferencia sexual –que asumen que el cuerpo femenino ha sido castrado– pueden ofrecer un fundamento a la idea de ciertas características inconscientemente compartidas entre mujeres que, por lo demás, son histórica y socialmente distintas. Sin embargo, esto no puede explicar ni las percepciones subjetivamente diferentes que las mujeres tienen de sí mismas ni el modo en que “las mujeres” se consolidaron, en ciertos momentos, como un grupo identitario. Quisiera argumentar que esas características compartidas entre mujeres no preexisten a su invocación, sino que más bien son afianzadas por fantasías que les permiten trascender la historia y la diferencia. Por lo tanto, parece más útil considerar la fantasía como un mecanismo formal para la articulación de escenarios que son históricamente específicos en su representación y detalle, y al mismo tiempo trascendentes respecto de la especificidad histórica.

Revista ruda

Los límites de la construcción cultural: las “mujeres”

La noción de construcción cultural fue una importante herramienta de análisis tanto para la articulación como para la deconstrucción de la distinción sexo/género. Basado en parte en la teoría lingüística postestructural europea y en parte en los estudios de ciencias y las ciencias sociales estadounidenses –particularmente la antropología–, “construcción cultural” se convirtió en una suerte de eslogan utilizado para subrayar el origen exclusivamente humano de las ideas y categorías conceptuales que organizaban las realidades de la experiencia. En el campo de los estudios de género, la naturaleza fue sustituida por la cultura en la determinación del sexo y el género. El sexo, los sexos, el género y sus roles –las identidades sexuadas, tanto colectivas como individuales– todo era entendido como producto de la cultura, término con el cual se refería frecuentemente a ideologías sociales y políticas, tanto si se trataban de expresiones de tradición o de modernidad. Se consideraba que tales ideologías, al establecer las normas de la cultura y la sociedad, las justificaciones de las jerarquías, las reglas de la conducta sexual y mucho más, actuaban en beneficio de un poderoso interés –de estatus, de clase, de sexo, o del estado. Desde esta perspectiva, la ley –ya sea la legislación formal o la regulación normativa– no era un reflejo de la naturaleza, tal como afirmaban sus creadores, sino la instancia productora de los mismos sujetos que regulaba. “El reconocimiento legal”, han notado Parveen Adams y Jeffrey Minson, “es un proceso real y circular. Reconoce las cosas que se corresponden con la definición que construye”. Este tipo de razonamiento inspiró a una vasta literatura sobre los modos en que hombres y mujeres, masculinidad y feminidad, eran representados en la medicina, la ciencia, el arte, la arquitectura –pública y doméstica–, la literatura, la filosofía, la ley, la teoría política, la política pública, la teoría económica y los textos históricos. Había una tendencia a asumir que los sujetos –colectivos e individuales– eran interpelados por estas representaciones, cobrando existencia a través de ellas, bien como productos ciegos de los discursos sociales o bien en oposición a sus límites restrictivos, subordinantes o marginantes. En gran parte de la literatura histórica donde se utilizaba la noción de construcción cultural, el “género” refería a estas representaciones, a los rasgos y roles asignados a las mujeres –y a los hombres–, pero no a la categoría misma de mujeres –u hombres. Creo que esto estuvo relacionado, en buena medida, con los vínculos entre la historia feminista y el movimiento feminista, y con el objetivo resultante de producir un sujeto político basado en la identificación con una colectividad de mujeres. Existieron enormes tensiones entre una teoría donde se subrayaba el trabajo productivo de la representación –y por lo tanto sus diversas articulaciones– y un movimiento político que movilizaba a las mujeres sobre la base de una experiencia universal de subordinación.



Joan W. Scott
La fantasía de la historia feminista
Omnívora Editora
2023

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