El escritor Edgardo Scott visitó Buenos Aires durante un mes para presentar la segunda edición, ampliada, de Caminantes y la traducción de Thoreau, el salvaje de Michel Onfray, ambos publicados por Ediciones Godot, y participar de la Feria de Editores 2019.
Por Esteban Galarza. Fotos Dante Fernández
Edgardo Scott se presenta risueño y mundano en la fría tarde de julio. Vestido de sobretodo de corte europeo no desentona en el restaurante El Tropezón que queda sobre Callao y Perón, un lugar del tango en el que comía pucheros Carlos Gardel. El restaurante, si bien tradicional, luce moderno tras su reapertura luego de un hiato de 34 años de cierre. Los lugares, las cosas y las personas del pasado necesitan de esa distancia, de esa tierra de nadie para reconstruirse y reconfigurar elementos que los vuelvan luego emblemas paradigmáticos de su época. Tal vez no es casual la cita con Scott en ese lugar, autor que gusta rodearse del pasado, de anécdotas y citas. Sus últimos libros lo encuentran en ese terreno entre el canon y el vacío post mortem de autores releídos y olvidados. Hace foco en lo que solemos pasar y recupera el lento andar.
Su conversación toca de soslayo los libros por los que se lo convocó a hablar, la segunda edición ampliada de Caminantes y su traducción de Thoreau, el salvaje de Michel Onfray (ambos editados por Ediciones Godot). Pero no es esquivo a hablar de esos libros, sino que pareciera replicar cierta caminata exterior, explorar un poco más lo que queda afuera de ellos para abordarlos mejor.
“Thoreau habla de los autores de Estados Unidos y escribe que piensan mucho en el presente y poco en la posteridad. Aún hoy ese pensamiento es válido”
Scott es un autor que vive en Francia y que suele volver una vez al año a Buenos Aires. De a poco su nombre se hace más conocido a fuerza de libros suyos que se editan y reeditan: No basta que mires, no basta que creas (2008), Los refugios (2010), El exceso (2012), Luto (2017). De todos modos, gusta en mantenerse en los márgenes y mira con desconfianza a algunos autores de su generación que tienen un lugar central en estos días. Scott es difícil de clasificar ya que permanece en la zona gris en la que aún podría ser publicado en la Serie del Recienvenido que dirigió Piglia sobre marginales del canon; y al mismo tiempo se está acercando a un lugar no tan periférico entre los autores de su generación.
Es desde esa línea de sombra que comienza disparando contra Mariana Enríquez y el rol central que tiene el género (de terror en el caso de Enríquez) por estos días en el mercado editorial: “Mariana Enríquez es consciente de lo que está haciendo. Me cae simpático por lo mismo que no me cae simpático: que es consciente de eso y que ella lo declare. No “se hace la que…”, pero también es cierto que le dan un lugar demasiado central para mi gusto. Es una escritora de género y en estos días hay una reivindicación de los géneros entendidos como menores. Éstos tienen a sus acólitos, ¿por qué nos vamos a cerrar en vez de buscar ser más eclécticos? Yo creo que ese es un tema de la literatura argentina y que incluye de lleno al que ocupa hoy el lugar central: [César] Aira. Él tiene algo de escritor de género y creo que sería mejor leído si se lo pusiera dentro de uno: autor de culto, o experimental surrealista. Entonces lo recibiríamos con mayor amabilidad que si lo pusiéramos en el centro del canon, respondiendo por todos.”
Esto que pasa ahora con Aira se suele dar en la literatura. Pasó con Ricardo Piglia, tal vez con Juan José Saer, aunque creo que Saer supo mantenerse en cierto lugar marginal…
Ojo que a Saer lo vi también en ese rol central. El sistema [Beatriz] Sarlo / Saer funcionaba en tándem como [Ricardo] Bochini / [Daniel] Bertoni y creo que eso le hizo mucho mal a Saer y mucho mal a mi generación porque se volvió impostadamente saeriana y cuesta volver de eso. Luego [Rodolfo] Fogwill ocupó un poco ese lugar durante un tiempo y ahora llegó Aira.
Así como considerás que tu generación interpretó a Saer de cierta forma, el libro de Michel Onfray es una interpretación de Onfray sobre Henry Thoreau, y vos hiciste una traducción de Onfray que interpreta a Thoreau. De algún modo vos tomaste la voz de Onfray…
Sí, de hecho, me apropié de esa voz. Llegué a ese texto de casualidad. Había leído cosas de Onfray en Buenos Aires y en su momento no me habían caído simpáticas o, mejor dicho, me habían caído simpáticas desde el lugar del enemigo porque él le pega al psicoanálisis y sus argumentos eran básicos. Tenemos que entender esta hosquedad desde el lugar de donde viene porque no procede del academicismo. Fue criado en un orfelinato porque los padres lo dejaron ahí, se recibió a los 27 años. De ahí armó la Universidad Popular de Caén. Es decir que tiene un periplo muy excéntrico a lo que sería un filósofo francés de guante blanco como Derridá o Deleuze a quienes ve como sus enemigos.
El libro sobre Thoreau tiene momentos en los que contraataca ataques recibidos contra él de parte de autores de ese talante.
Exacto, y en Thoreau encuentra a su mentor, a su padre espiritual.
¿Considerás acertada esa interpretación de Thoreau?
Creo que cuando uno se topa con esos textos tan anteriores siempre hay que tener una doble modalidad: por un lado, ver qué encontramos ahí que sea inspirador para nuestro presente (la actualidad del texto). Entonces diríamos que efectivamente Thoreau es actual porque le gusta ir a contrapelo, contra el statu quo en el momento en el que estaba naciendo el progreso, las chimeneas, el ferrocarril y la ciudad moderna. Ahora, hay que anteponer esa vida a la que propone del lago, la cabaña, el bosque y los indios en esa época. Porque ahora en el post hippismo y post película Into the Wild suena muy romántico, pero hay que tener cuidado. Por otro lado, no creo que haya que tomar sus emblemas: yo no me identifico con Thoreau ni con Onfray en sus preceptos duros: no creo que haya que vivir en la cabaña, ni comer solamente pan y reemplazar el azúcar por remolacha. Creo que esas son todas supersticiones de lectura y de algún modo es enamorarse de los tics.
¿Cuál es la actualidad de Thoreau?
Thoreau es un autor muy interesante como cuando, por ejemplo, habla de los autores de Estados Unidos y escribe que piensan mucho en el presente y poco en la posteridad. Aún hoy ese pensamiento es válido: aún tenemos el tipo de autor que piensa en armar su pequeño prestigio y quedarse ahí; y tenés el que es consciente de su obra y busca dialogar con los muertos y trata de afirmar su tiempo y por lo tanto que resista el paso del tiempo. Creo que, entonces, hay que buscar esas cosas de Thoreau. Suele repetir una suerte de mantra que reza así: “simplifica, simplifica”. Entonces en una sociedad como la nuestra, como la que escribía Susan Sontag en Contra la interpretación, es fundamental conservar la línea de la simplificación. Esto lleva a limpiar de citas y recuperar la propia voz.
Pero vos hablas de recuperar la propia voz cuando en Caminantes dividís en cinco tipos de caminantes en los que, si bien se reconoce la voz del autor Edgardo Scott, llenás de anécdotas de otro. ¿Buscás simplificar o en cambio te ocultas detrás de todo eso?
No me oculto, pero sí es verdad que hay una tensión. Desde ya no me agrada cuando no se revela el autor de la cita. Creo que ahí está la tradición y en ese sentido yo soy tradicionalista. En la Argentina tenés a Borges, a [Damián] Tabarovsky, a [Luis] Gusmán. Ahora, la cita es un punto de partida, una toma de posición para darle una vuelta de tuerca a lo ya dicho. Hay una interpretación muy personal de los autores que nombro.
Observo que en Caminantes planteas un manifiesto: el caminar contra el viajar.
Sí, me parece acertado. Es una idea que va contra ese nomadismo tonto que tenemos en estos días.
Claro, el caminar implica que sientas cada uno de los pasos necesarios para llegar a un lado, a diferencia de viajar que solo importa partir de un lado para llegar a otro lado, es decir, que se queda en los dos extremos.
Totalmente. El caminar es la experiencia fundada en el detalle. En el viajar en cambio se arma en torno al enamoramiento del paisaje, aunque el paisaje sea una ciudad o un estado de ocio del viajar. Hay una crónica de viajes, El Danubio de Claudio Magris, que me inspiró en cómo leo y en un futuro libro que estoy escribiendo sobre el Riachuelo. Igual, hacer un viaje por el Riachuelo no es lo mismo que hacerlo por el Danubio, con lo que cambia todo un poco más y ya no importa el viaje en sí, sino que hay que detenerse en un detalle de la experiencia mucho más político y por ende mucho más crítico y actual. Siempre la idea del viajar quedó asociado a una idea de confort y el caminar no necesariamente tiene que ser confortable, y eso también está en Thoreau e inclusive en lo que le interesa a Onfray de Thoreau. Se rescata la idea del rigor, de la fricción. “seamos la contrafricción que detiene la máquina”, escribe Thoreau. Esta idea nos da disparadores de interpretación que asimilamos dependiendo nuestra propia vivencia. Uno glosa en él cosas que terminan siendo propias.
“El caminar es una idea que va contra ese nomadismo tonto que tenemos en estos días. El caminar es la experiencia fundada en el detalle. El viajar en cambio se arma en torno al enamoramiento del paisaje”
Ahí no te escapaste de tu pasado saeriano al usar la palabra “glosa” (novela homónima de Juan José Saer).
Sí, es verdad eso. De hecho, estoy pensando en escribir un libro sobre Saer que se llamará After Saer. El título hace un guiño a un documental sobre (W. G.) Sebald, Patience (After Sebald) (2012) que hace unos años filmó Grant Gee, el mismo de Meeting people is easy que es sobre Radiohead y Joy Division sobre la banda de Manchester. La idea de escribir el libro se cruzó además en unos días muy densos que tuve en los que murieron algunas personas cercanas mías y el tono era muy gris, melancólico y reflexivo. Entonces de ahí surgió la pregunta: “¿Qué queda de un autor argentino?” Porque todos nosotros vimos y vivimos la época de Saer en la que leíamos sobre sus viajes y sus disputas contra este o cual autor, sus estadías en Francia. Hoy no sé dónde quedó ese entusiasmo o si lectores más jóvenes lo viven a Saer del mismo modo. Además, había en los días del auge de Saer, y en gran parte gracias a Beatriz Sarlo, condiciones de lectura que favorecían que se mantuviese el entusiasmo hacia el autor. Hoy en cambio no veo que nada aliente la lectura de Saer. Si yo veo la pobreza de las cosas que se escriben hoy, tanto en poesía como en narrativa, la “indigencia verbal” como dice (Jorge) Fondebrider, me cuesta pensar que alguien vaya a disfrutar una página de Saer donde casi no hay acción y demanda una lectura muy ardua. Entonces, ¿qué pasa con los grandes escritores argentinos en el lapso desde que se mueren hasta que logran ser reconocidos dentro del canon? De algún modo me gusta recorrer las ruinas que dejó tras su muerte.
Veo que gustás de caminar entre fragmentos. De hecho, en Caminantes es muy ecléctica la selección que hiciste: Thoreau, Sebald, Herzog, Borges, Walser. ¿Pero cuál fue el origen de este libro, el primer paso?
Tiene un itinerario muy raro y aún hoy sigo leyéndolo y permanezco bajo sus efectos. En Caminantes veo el nudo de una serie de textos, lecturas y de un tipo de escritura más ensayística que quizás termine desembocando en ese libro grande que sería Riachuelo.
Se siente un vivir en el instante del instante. En Confabulaciones, John Berger aclara que nosotros no somos seres lineales, un punto atrás de otro, sino que nuestro tiempo es diacrónico. El tiempo es una gran espiral donde somos el centro y Berger cree que la vida plena se da cuando podemos entender eso. Y volvemos a la contraposición del viaje, que es algo lineal.
El tiempo es algo extraño. Mi mes en Buenos Aires se me pasó rápido, pero al mismo tiempo veo que mi reunión con Víctor [Malumian] (Godot Ediciones) y con Leandro Donozo (Gourmet Musical) al día siguiente de que hubiese llegado fue hace 7 mil años. Borges solía decir que si le preguntaban por el tiempo no sabía qué era, pero si no le preguntaban, sí sabía…
Es como lo describe Nick Cave en el documental One more time with feeling cuando dice que el tiempo es elástico… ¿Cuál es tu elasticidad con respecto a las fuentes que usas y con respecto a Onfray? ¿Cuán cerca o lejos te ves de todos estos autores respecto a tu voz?
Yo me siento muy cerca de ellos. El otro día escuchaba una entrevista a José Emilio Burucúa, autor de Historia natural y mítica de los elefantes (Ampersand), en el que él considera que dialogamos con los muertos en la literatura como si aún estuviesen vivos. La lectura tiene un elemento amoroso y personal. Así que deberíamos pensar hasta qué punto las fuentes son tales. Tal vez deberíamos llamarlas manantiales en las que vamos a bañarnos y abrevar. Hay algo del orden de la conversación que se mantiene en el libro. Fijate que en un momento cito a Huxley o a quien sea como si me estuviese soplando algo: me dice (Luis) Chitarroni, me comenta Fondebrider, etc, y todos conviven. Y si bien las diferencias históricas están ahí, yo necesito que no lo sean. Y ahí vuelvo a la idea sobre la posteridad de Thoreau y de Onfray: no sé si perdurará en el tiempo. Sólo sé que tengo que ser fiel a mi escritura hoy, a la conversación con ella que tengo hoy, y si creo que Chitarroni, Huxley, yo o vos estamos cerca de alguna lectura, bueno, pues hablemos los cuatro.
“La lectura tiene un elemento amoroso y personal. Así que deberíamos pensar hasta qué punto las fuentes son tales. Tal vez deberíamos llamarlas manantiales en las que vamos a bañarnos y abrevar.”
Entonces hay una trampa ahí. Hablás de caminar, y el caminar implica crecer con el paisaje y al mismo tiempo me traes a diferentes autores a un mismo lugar, lo que implica una inmanencia.
Puede ser, pero como una inmanencia de la lectura. Hay una cita muy linda de Pascal Quignard sobre la lectura que dice que leer debería ser estar enamorado ante lo abierto: “leer es vagar; hay en la lectura una espera que no busca un resultado; aquellos que son frágiles o que quieren saber a cualquier precio a dónde van, no deben leer.” Entonces es importante que haya un uso de la tradición que no debe cerrarse.
Sí, recuerdo que cuando habla del abordaje de la lectura considera que los ojos y la mente del lector están en un lugar distinto del real.
Tiene que ver en cómo usamos a Marx ahora.
¿Cómo usamos a Marx?
Marx tiene una frase que dice “La economía transforma en destino la vida de los hombres”. Ahí está Roberto Arlt. Recuerdo una de las veces que volví a Argentina me subí en el Roca para viajar a Lanús a las 19, es decir, en la hora pico, y vi a los laburantes y pensé: “esto es Arlt”. Acá está la tragedia del obrero que busca cambiar su destino para no volver amasijado por el laburo todos los días. En eso un personaje de Arlt saldría a robar para cambiar su destino.
Marx de todos modos tuvo pocos buenos intérpretes de su obra en el siglo XX.
Bueno, es que ahí está el laburo del traductor, del intérprete o el que lee a un autor. Si volvemos al texto de Onfray, yo hago una interpretación de él y pienso en que si un traductor agarrase mis textos gustaría que en donde yo dudé, el traductor termine de decidir. Que no quede en mi titubeo.
Caminantes
Edgardo Scott
Ediciones Godot
Michael Onfray
Thoreau, el salvaje
Trad: Edgardo Scott
Ediciones Godot